Esta semana ha empezado a circular por redes sociales un vídeo de la BBC que, tomando como punto de partida un acertijo, realiza una efectiva demostración de la condición de desigualdad en la que se encuentra la mujer frente a un mundo concebido históricamente desde la percepción del hombre. Si no lo han visto -aquí, en la edición digital, sí os ofrezco la opción-, intentaré resumirlo. Como digo, todo comienza con un acertijo: un padre y su hijo viajan en coche cuando sufren un terrible accidente. El padre muere, pero el hijo está con vida y lo trasladan de urgencia al hospital, donde llaman de inmediato a una eminencia médica para que lleve a cabo la operación; sin embargo, al entrar en la sala de operaciones dice: “No puedo hacerlo, es mi hijo”.
¿Cuál es la respuesta al enigma? El vídeo la busca entre un buen número de voluntarios: hombres, mujeres, de diferentes edades y diferentes nacionalidades, que empiezan a esbozar sus teorías sobre si el médico es el padrastro del chico, o sobre si el chico era adoptado, o no era su padre el que iba en el coche.
Mientras se van sucediendo las respuestas, también te toca a ti aportar las tuyas, aunque, sin tiempo para ello, fue mi hija pequeña quien se adelantó con la solución, antes de que la diera el vídeo y antes de que se me ocurriera a mí mismo. Y, efectivamente, la “eminencia” era la madre del chico.
A continuación, el vídeo muestra al escaso número de personas que respondieron de forma correcta y las reacciones de quienes reconocían su incapacidad para resolver el acertijo, así como su torpeza ante lo que debía ser una consecuencia lógica. En realidad, el experimento no trataba de desnudarlos ante el público, ni de acusarlos de machismo, tampoco a los que estamos al otro lado de la pantalla, sino de dejar en evidencia un tipo de razonamiento reconocido científicamente como “parcialidad implícita”, que tiene su origen en los test de asociación implícita, “una medida dentro de la psicología social diseñada para detectar la fuerza de la asociación automática de una persona entre las representaciones mentales de los objetos (conceptos) en la memoria”.
Es decir, en este caso, asociamos a un hombre con una “eminencia médica” porque desde pequeños hemos establecido esa asociación mental que, como se demuestra, es completamente parcial, de la misma manera que asociamos a las mujeres y a los hombres con determinados trabajos, así como preconcebimos el protagonismo que corresponde a una u otro, como apunta este curioso enigma-trampa en el que cae la mayoría, “incluidas feministas”, subraya la encargada de explicar el experimento.
La jornada de este pasado 8 de marzo fue extraordinaria, plagada de energía y compromiso, una conquista moral y social que exige un cambio de rumbo y que debe pasar en un primer momento por el ámbito de la legislación, pero también por el de la política, de manera que las reivindicaciones no se queden en las plazas -¿recuerdan el 15M: “no ocupen las plazas, ocupen los partidos”?- y acaben forjando iniciativas que contribuyan a la igualdad efectiva de la mujer frente al hombre y a la persecución y erradicación de las violencias machistas, que es algo con lo que todos estaremos siempre de acuerdo.
El hecho de que mi hija de 12 años haya sido capaz de resolver el acertijo de la BBC en cuestión de segundos, me permite albergar la esperanza de que algo puede haber empezado a cambiar realmente, que en el colegio y, más aún, en casa, hemos contribuido a resetear esa asociación implícita, puesto que, definitivamente, ni yo ni muchos otros tenemos ya remedio al respecto, salvo el empeño de saber reconocer el error, no volver a caer en el mismo y seguir ayudando a cambiar las cosas, que, eso sí, dudo que pasen por ese otro feminismo excluyente que Cayetana Álvarez de Toledo critica por “arrebatar a las mujeres su capacidad de libre pensamiento y decisión” desde “un victimismo puritano”. Lo esencial puede residir en la respuesta de una niña, y en la de un niño.