Esta Nochebuena no van a faltar los temas de conversación en la mesa. Quien no lamente la estrategia de Zidane y sus dos medios centros, celebrará el baile que le dio el Barça al Madrid en la segunda parte. Tan inevitable como compartir el desilusionante resultado de las elecciones catalanas. Decía mi profesora de Periodismo Político, Carmen Herrero, que nunca puede haber tanta gente equivocada. De hecho, no la hubo. El porcentaje de votantes no independentistas fue superior al de votantes secesionistas: ahí tienen su referéndum, que no les vale. Aunque para este caso lo equivocado no es la gente, sino el discurso que ha hecho posible el afán por lo que en realidad no deja de ser una distopía: la segregación de Cataluña del Estado español.
A Inés Arrimadas -qué manía con llamarla la “bella Arrimadas”, pese al aire con Alicia Vikander- le dijeron al ir a votar que no podía ser presidenta porque “no es catalana, no se lo merece”. Habrá escuchado, y las hemos escuchado, cosas peores, pero hay en la observación un infranqueable ejercicio de cinismo que retrata la maduración de un discurso supremacista y excluyente y al que a muchos ha costado poco abrazar, ya sea por influjo mediático, pedagógico o sociológico. Y hasta por hipnosis, si es que el concepto es válido para interpretar el por qué de los resultados logrados por Carles Puigdemont.
Lo que no pudo escuchar Arrimadas tras el recuento electoral, porque no la hubo, fue la felicitación de parte de los partidos independentistas por su victoria. Ni siquiera por cortesía, ya que no sólo se niega la legalidad, sino la propia realidad del resultado, ninguneado desde la feliz suma de escaños que les impiden ver más allá de sus narices, o más allá de Bruselas y Estremera, o más allá de ese muro en que han convertido sus convicciones, que en este caso son el reverso de una ficción.
El mérito de nuestra jerezana es, pues, doble, o triple, o cuádruple; da igual, siempre nos quedaremos cortos para reconocer el impacto de una gesta por ahora histórica, y de una trascendencia que aún el paso del tiempo deberá interpretar en su medida exacta, aunque la tema el PP, o porque la teme el PP, a pocos pasos de quedar apeado como referente del centro derecha del país. Si viene a Jerez estos días y tienen la suerte de cruzarse con ella por la calle, no olviden felicitarla, por su valor, por su ejemplo, por su entereza, que siempre estarán por encima de las siglas a las que representa, y por lo que ustedes más quieran.
Recordaba el maestro Alcántara hace unos días la célebre cita de Chesterton sobre los milagros: “Lo más increíble es que ocurren”. No sé si Pedro Pacheco aguarda ya uno a estas alturas, ni si le podrá bastar con el creciente apoyo público en torno a su situación. Por ahora se han limitado a reclamar, de forma casi aséptica, como para no ofender, que reciba un “trato igualitario” en prisión, aunque lo que todos hubiesen querido expresar abiertamente es que pueda disfrutar por fin del tercer grado, que es la meta de ese maratón en que ha convertido su estancia privada de libertad en Puerto III.
Nadie pone en duda la acción de la Justicia, ni su rigurosidad, pero, en este caso, su aplicación no ha evitado que dejen de surgir preguntas en el ámbito cotidiano en torno a la situación del exalcalde de Jerez y a las que cuesta dar respuesta si tenemos en cuenta esa rigurosidad que parecen esquivar otros políticos señalados en los tribunales; sin olvidar que muchas de esas preguntas no tienen tanto que ver con términos jurídicos como con el sentido común, y que devienen de la propia situación personal de Pacheco, convertido ahora su apellido en un agravante. No sé esta Nochebuena, y si surge en la conversación, pero en el día a día resulta ya difícil encontrar a alguien que no lo defienda, aunque el martes eludieran retratarse tras la pancarta.
En cualquier caso, conversen con moderación, dejen los colores y las siglas en el perchero, y disfruten de quienes tienen a su lado. Y para todos los demás, feliz Navidad.