"La autoridad reposa en primer término sobre la razón. Si ordenas a tu pueblo que vaya a arrojarse al mar, hará una revolución". Antoine de Saint- Exupéry
Isabel Coixet bajó con su perro a la calle a dar un paseo y buscar un contenedor de reciclaje para tirar la basura. Nada más atravesar el portal un par de chicos envueltos en banderas esteladas le gritaron desde la acera: “¡Fascista! Debería darte vergüenza”. Lo contaba ella misma en un artículo en el que se refería a quienes viven en suelo catalán en tierra de nadie, “en un lugar silencioso en el que están muchos y en el que no suenan himnos ni gritos ni proclamas, en donde el aire solo mueve banderas blancas”. Esta misma premisa -la de las banderas blancas-, sirvió este sábado de inspiración a una iniciativa ciudadana que reivindicaba la necesidad de diálogo entre Madrid y Cataluña -todo reducido a los territorios cuando se trata de gobiernos- y en la que se invitó a los participantes a que vistiesen completamente de blanco, como si se tratara de un casting para
The leftovers.
Un amigo guardia civil, que se ha ofrecido para participar en un posible próximo relevo de agentes destinados a Cataluña, me cuenta su decepción con el Gobierno central después de lo ocurrido a sus compañeros desde el pasado domingo, abandonados a su suerte, demonizados y acosados, sin las necesarias palabras de aliento cercanas de sus más directos superiores políticos, todos ellos a buen resguardo desde la capital del reino. No sé si ayer tuvo tiempo de participar en alguna de las convocatorias por la unidad de España, pero tiene por cierto que ahora mismo no se estaría poniendo en cuestión si desde el momento en que la Mesa del Parlament desató la tempestad se hubiera actuado con ajuste a la ley: deteniendo a los impulsores del referéndum ilegal y la desconexión con España.
Mientras unos piden diálogo y otros unidad -siempre las dos Españas, como necesitadas la una de la otra para legitimarse-, me cuentan quienes transitan por los pasillos del Congreso que a Mariano Rajoy ni se le pasa por la cabeza la aplicación del artículo 155 de la Constitución. La misma bola de cristal que el domingo no le hizo ver la encerrona independentista ni las imágenes de la gente votando en los colegios, parece alumbrarle ahora un feliz desenlace bajo el compromiso de no hacer nada y aguardar a que se precipiten los acontecimientos, como está ocurriendo con la fuga de empresas, e incluso convencido de que sus propios votantes, los que le recriminan su ausencia de nervio, terminarán por reconocerle como gran estratega.
Y es éste un error en el que no debe incurrir el Gobierno en este momento: reducir un asunto de Estado a una cuestión de siglas, incluso a una cuestión electoral, porque eso mismo es lo que ha hecho Podemos -¡oh, sorpresa!- y lo que ha terminado por hacer el presidenciable Pedro Sánchez en su deriva cortoplacista del qué dirán/qué votarán, corregido una y otra vez por la
vieja trova santiaguera socialista, únicos en su didáctico papel a la hora de mostrar las diferencias entre apoyar al PP y apoyar al Estado, como si la política y los políticos de hoy en día necesitaran de su particular Barrio Sésamo para saber ejercer. Sus consejos, en cualquier caso, no parecen surtir efecto, atropellados a izquierda y derecha por el tacticismo y las emociones.
Porque, finalmente, a imagen y semejanza de los independentistas catalanes, hemos sucumbido a las emociones, aunque vengan inspiradas por eslóganes publicitarios. Teníamos los mejores argumentos -la Constitución y las leyes- y nos hemos dejado llevar por el apasionamiento; debíamos haber hecho cumplir nuestro ordenamiento jurídico y lo hemos cambiado por balcones repletos de banderas. Puigdemont lo ha conseguido, de acuerdo; gracias a esa Cataluña distópica que parece dispuesto a alumbrar, ha logrado poner de acuerdo a cientos de miles de españoles a la hora de ensalzar en las calles su arraigo a un país plural e infracturable sin necesidad de ganar un mundial. Pero cada mañana, al despertar, el dinosario sigue ahí, y no hay Ministerio del Tiempo que dé marcha atrás para cambiar el curso de esta historia y corrija los errores del pasado, de uno y de otro. Sólo los tenemos a ellos, al entendimiento y a las leyes.