El compositor Arnold Schönberg llegó a proclamar a principios de los años veinte del siglo pasado que, gracias a su trabajo, la música alemana seguiría siendo la dueña del mundo durante los cien años siguientes. Apenas doce años después tuvo que abanonar el país por su condición de judío y desarrollar su obra en Estados Unidos, donde vivió hasta el momento de su muerte, en 1951, y donde siguió reivindicando los altos honores que aguardaban a su música entre las generaciones venideras. Efectivamente, tras su muerte, compositores, crítica y público celebraron su legado, pero, pasado el tiempo, su nombre fue desapareciendo de los repertorios y hoy día es un desconocido para el público mayoritario.
Lo relata Milan Kundera en su obra La ignorancia, pero no para criticar que se sobrestimara a sí mismo, sino porque “sobrestimaba el porvenir”. Pone además el ejemplo de la radio, a la que Schönberg odiaba y calificaba de “enemiga”, por convertir la música en “ruido”, inconsciente de que se encontraba ante uno de los medios que iba a cambiar decisivamente la forma de comunicarnos en todo el mundo.
En realidad, sobrestimar el porvenir es una constante en la historia de la humanidad y, más recientemente, en la historia de nuestro país, y de nuestros políticos. ¿Se acuerdan de los “cinco frikis de Podemos”, la famosa conclusión a la que llegó el jefe pensante del gabinete de Rajoy después de las últimas europeas? En su caso, el medio despreciado e ignorado fue el de las redes sociales. Ahora, en todo caso, hay ocasiones en que resultan despreciables, como bien corrigió Umberto Eco antes de fallecer, pero, como la radio en su momento, han venido a condicionar y modificar la forma que tenemos de comunicarnos y hasta de relacionarnos entre nosotros mismos, y a una velocidad mucho más rápida, viral.
En política, casi todos sobrestiman el porvenir, que es la forma de hacer terapia de grupo ante la adversidad, pero, sobre todo, lo que abundan son políticos que se sobrestiman a sí mismos, incluso por encima de sus propios compañeros de partido, como hemos presenciado para bochorno general en los debates y discursos de las primarias del PSOE. Escribe Kundera, para rematar, que “todo el mundo se equivoca acerca del porvenir. El ser humano sólo puede estar seguro del momento presente”. Y puede que en el PSOE, en este momento, ni de eso. Desde este domingo, al menos, sabremos qué es lo que quieren los socialistas para su partido. Lo tomaremos como un comienzo, aunque no sepamos aún si bueno o malo.
Pero hay otra constante entre los políticos que se sobrestiman a sí mismos. Son los que suelen actuar y gobernar a golpe de tweet. Donald Trump se ha encargado de ocupar el trono a causa de su incontinencia diaria a los 140 caracteres, pero no tenemos que irnos muy lejos para encontrar adeptos a idéntica norma.
El alcalde del municipio granadino de Jun ha llegado a ser conocido en toda España como “el alcalde tuitero” -la relevancia, convertida hoy día en el octavo pecado capital-. Tiene más de 452.000 seguidores, frente a los menos de cuatro mil habitantes que tiene su pueblo.
En nuestra provincia, el político con más seguidores en twitter es el alcalde de Cádiz, José María González (@JM_Kichi), que, cuando no iza banderas republicanas, pierde los fondos Edusi, olvida las promesas realizadas a las asociaciones vecinales, o sigue sin encontrar gerente a la fundación de la mujer, entretiene al personal con campañas como la de la “trama gaditana” para tratar de reactivar la rebelión ciudadana que le llevó al sillón, no vaya a sentirse como el cantante de rock que se tira de espaldas desde el escenario aguardando el colchón de brazos de un público que cree entregado y acaba estampado en el cemento. El diseño le ha quedado muy moderno y llamativo, pero en dos años lo que se juzga en las urnas es lo que haya hecho en este tiempo, no lo que otros dejaron de hacer.