El PSOE se ha dividido en dos y ha dividido España en dos: los que estaban con Pedro Sánchez y los que no estaban con Pedro Sánchez. Tiene razón Susana Díaz cuando dice que el partido no es sólo de los militantes, sino de sus millones de votantes; pero se queda corta: y hasta de los que no les votan, lo que no deja de ser un reconocimiento a la trayectoria histórica de sus siglas y al de su fundamental contribución a la propia historia reciente de nuestro país. El PSOE encontró en Pedro Sánchez al hombre con la camisa blanca de su esperanza, pero en vez de poner el hombro han terminado por poner sólo palabras y tampoco han logrado alcanzar el lugar “donde entendernos sin destrozarnos, donde sentarnos y conversar”. Nada nuevo. Está en Blas de Otero.
Lo peor, en todo caso, no es sólo la imagen que las disputas internas han trasladado al resto del país, sino el tono de comedia que han llegado a alcanzar algunas situaciones y que algún crítico de cine podría calificar como “el toque Lubistch”, que consiste en contar al espectador lo que ocurre en el interior de una habitación a través de personajes secundarios, y eso guarda mucha relación con los periodistas que hemos visto agolpados a diario a la puerta de la sede del PSOE en Madrid a la espera de que alguien saliese a contar algo, como si se tratase de los camareros de la suite de Ninotchka, ahora encarnados por Antonio Pradas, Óscar López y, cómo no, Verónica Pérez, estrella invitada.
Yo, por mucho que lo intenten, más que tener en cuenta a todos los socialistas que se encuentran en este momento en primera línea y que pretenden trascender con cada una de sus intervenciones, no puedo evitar dejar de pensar en lo que debe estar pasando por la cabeza de los militantes de base del partido, los que llevan toda la vida asociados a sus siglas y defendiéndolas como si se tratara de su propio equipo de fútbol, los que van a las asambleas, los que están para las pegadas de carteles, para ir a los mítines, para recordar a los nuevos de dónde venimos, lo que significa ser socialista, y, también, las luchas, los sacrificios, las victorias, a Felipe o Tierno Galván, incluso a quien fue su primer alcalde.
Seguro que usted, igual que yo, conoce a más de uno, incluso habrá discutido con ellos en la barra de un bar y comprobado cuan hondo llevan grabada su lealtad al partido, como una seña de identidad natural. Y, entre ellos, por supuesto, los habrá partidarios de Pedro o de Susana, pero también lo harán sin reconocerse en lo que están viendo, traicionados desde dentro, insultados sus valores, atrapados en pleno derrumbe.
Hay quien ha vinculado la presente deriva del PSOE con la falta de rigor a la hora de afrontar los retos de la sociedad contemporánea; entre ellos, asumir su papel, víctimas de cierto complejo de inferioridad, frente a las fuerzas emergentes, y en especial ante Podemos y sus agrupaciones de electores. Y lo cierto es que, eso que resulta tan evidente en la relación entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, se ha trasladado asimismo a los ayutamientos en los que unos y otros han tenido que darse la mano en busca de los gobiernos del cambio, que sólo lo han sido de siglas y de personas.
Esta semana, en Jerez, la alcaldesa Mamen Sánchez ha terminado por hartarse de las escenificaciones de sus socios de investidura (Ganemos e IU) y les ha retado a que sean ellos los que firmen el expediente de reincorporación de los afectados por el ERE municipal de hace cuatro años si tan convencidos están de que se cumple estrictamente con la legalidad. Ella no lo está, y puesto que lo proclama en el total ejercicio de su responsabilidad como alcaldesa, a mí me parece serio y razonable que no quiera poner su firma en un documento que la puede llevar a declarar en un banquillo ante un juez.
Otra cuestión diferente es que entremos a valorar la facilidad con la que se prometen determinadas cuestiones -ésta del ERE, la del rescate del agua- con fines electorales; es decir, con compromiso firme y sospechas ciertas, pero eso es algo tan antiguo como extendido, aunque sigamos cayendo en el error de creer lo contrario.