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El reencuentro

La caza de Pokemons en el Retiro de Madrid retrata el nivel de estupidez al que hemos empujado a la sociedad contemporánea

El verano tiene algo de celestina: logra el reencuentro temporal entre el gran público y la cultura, aunque en ocasiones lo haga a través del ocio. Rafael Sánchez Ferlosio bramaba hace poco en una entrevista ante Arcadi Espada: “Todo es diversión. El ocio es lo único. Estoy muy desolado y cabreado”. El ocio, obviamente, busca la rentabilidad, pero no es lo único que, huyendo del riesgo, está matando a la cultura, al tiempo que procura servirle de sustento: sin el ocio, que en realidad actúa como agente turístico de zona, no existirían muchos de los festivales de teatro, cine o música que se desarrollan en esta época del año.

Quiero pensar que cuando Sánchez Ferlosio se refiere a su desolación y a su cabreo con el predominio del ocio lo hace tras ver a miles de personas en el parque del Retiro de Madrid cazando Pokemons. Eso, en realidad, tampoco es ocio, sino una pérdida de tiempo monumental que, de momento, sirve para retratar el nivel de estupidez al que hemos empujado a la sociedad contemporánea. Pero es cierto que existen motivos para alimentar ese desasosiego, sin que el ocio sea el único responsable.

Tomen el caso del director del Museo Thyssen de Madrid, Guillermo Solana, quien lamentaba esta semana que llevan cuatro años sin el patrocinio de Caja Madrid porque “ya no hay entidades dispuestas a firmar un acuerdo de ese calibre”. Los mecenas han huido progresivamente del mundo de la cultura en favor de otros compromisos más populares, como los deportivos, o de cara a asociar su imagen corporativa a acciones sociales para subrayar su condición solidaria en tiempos de crisis y emergencia social, donde sus respectivas marcas pueden obtener mayor rédito frente al gran público. Algunos lo llamarán branded content, pero no deja de flirtear con la hipocresía, y tampoco hay que buscar entre las grandes compañías nacionales, pueden buscar ejemplos a nivel local.

Otro caso: el del cantante y compositor David de María. Esta semana reconocía que “los músicos estamos un poco quemados con tanto DJ y tantas fiestas que a veces se olvidan de la música tocada por músicos”. Lo dice alguien perfectamente integrado en el circuito comercial musical, con más de cincuenta conciertos programados este verano, pero en sus palabras sobresale la decepción, incluso la derrota, ante el final de una etapa, de un modelo, el colofón al desvanecimiento de la industria discográfica tal y como la conocimos hasta finales del siglo XX, que es también el desvanecimiento de las aspiraciones de muchos grupos y compositores a los que no les vale con reivindicar su talento. Yo, desde aquí, les hago una propuesta: Morgan, para que no dejen escapar la oportunidad, aunque sea a través del Spotify.

Y un caso más: el de Mercedes Formica, que es el del escarnio hacia la cultura por desconocimiento; idéntico al que se está cometiendo en tantas ciudades españolas contra grandes autores del siglo XX por su supuesta o manifiesta vinculación con el franquismo. Formica era abogada, escritora y de Cádiz. El Ayuntamiento de José María González Kichi ordenó hace un año retirar su busto de una plaza por encarnar la figura de “abnegada mujer franquista, responsable de su hogar y esposa perfecta”, olvidando citar que “fue la mujer que logró reformar los 66 artículos del Código Civil que convertían a las mujeres en rehenes de la absoluta potestad del marido”, como recordaba esta semana en un artículo Guillermo Busutil con motivo de la calle que el Ayuntamiento de Madrid de Manuela Carmena le va a dedicar “en reconocimiento a su labor como jurista a favor de los derechos de la mujer y de la igualdad”.

No. No es sólo el ocio el que está acabando con el sentido de cultura que hemos conocido y disfrutado durante tanto tiempo y al que ahora parecemos poner límites en favor de la diversión o el mero entretenimiento; eso que tanto cabrea a Sánchez Ferlosio. Y se precisan pequeños gestos de rebeldía para hacer frente a la situación: leer un libro, por ejemplo. Más aún, animar a leer un libro. Agosto es ideal para hacerlo; incluso para lograrlo. Feliz reencuentro.

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