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Lo que queda del día

La voluntad y el horror

En el fondo, se trata de sucumbir o no ante el miedo, ante el terror

  • Tragedia en Niza -

“Los próximos doce meses seguramente serán más sangrientos que los doce últimos”. Fawaz Gerges, de la London School of Economics, en The Economist.

Un amigo tiene previsto pasar unos días en París este verano. Lo cerró hace unos meses, después de los atentados del pasado noviembre en la capital gala y antes de los registrados en Bruselas. Ninguno de los dos casos ha influido en su decisión, ni siquiera las traumatizantes imágenes que nos han llegado desde Niza esta semana, pese a que su mujer empieza a plantearle sus dudas y hasta su hijo le cuestiona por lo que aparece en los telediarios sobre el país que van a visitar. No sólo eso. Sus familiares más directos ya le han deslizado en alguna ocasión la necesidad de replantearse si mantener o no el viaje. Él no tiene dudas, como si su empeño invocara a una especie de resistencia interior, de rebelión frente al miedo, porque, en el fondo, se trata de eso, de sucumbir o no ante el miedo, ante el terror.

Hace un siglo, media Europa estaba en guerra. Cien años después, afortunadamente, resulta impensable e inimaginable que semejante tragedia pueda volver a repetirse. Decir ahora que “estamos en guerra contra el terrorismo”, es una forma de sobredimensionar la voluntad del mundo libre frente a los que amenazan nuestra existencia; también, de respaldar las incursiones militares en los territorios donde resiste el Estado Islmámico.

Pero, por encima de todo, viene a reconocer la derrota frente al terror que se ha apoderado de nuestras vidas y al que, después de cada atentado, respondemos con flores, velas y canciones de Lennon con cierto afán de estremecimiento, pero el nuestro, al fin y al cabo, no el de ellos, el de los que incluso se verán recompensados con nuestro dolor, conscientes de que tienen en sus manos la más poderosa de las armas, la voluntad de expandir el horror.

Para entender de qué estamos hablando, a qué nos enfrentamos, pueden recurrir al “monólogo del horror” que pronuncia Kurtz en el final de Apocalipsis now: “He visto horrores, horrores que usted ha visto. No creo que existan palabras para describir todo lo que significa a aquellos que no saben lo que es el horror. El horror tiene rostro, tienes que hacerte amigo del horror... Fuimos a un campamento a vacunar a unos niños. Dejamos el campamento tras vacunarlos a todos contra la polio. Un viejo vino corriendo, llorando, sin poder hablar, y volvimos al campamento. Ellos habían regresado y habían cortado los brazos de todos los niños que habíamos vacunado. Vimos un enorme montón de bracitos y recuerdo que yo lloré como una abuela. No sé qué quería hacer y no quiero olvidarlo nunca. Entonces vi tan claro, como si me hubieran disparado con una bala de diamante en la frente y pensé, “oh dios mío, eso es pura genialidad”. Tener la voluntad para hacer eso. Perfecto, genuino, completo, puro. Y entonces me di cuenta de que ellos eran más fuertes que nosotros, porque podían soportarlo. No eran monstruos, eran hombres, tropas entrenadas. Esos hombres que luchaban con el corazón, que tenían familia, hijos, que estaban llenos de amor, habían tenido la fuerza, el valor para hacer eso. Si contara con divisiones de diez hombres así, nuestros problemas se resolverían en poco tiempo. Se necesitan hombres con principios que al mismo tiempo sean capaces de utilizar sus instintos primarios para matar, sin sentimientos, sin pasión, sin prejuicios, sin juzgarse a sí mismos, porque juzgar es lo que nos derrota”.

Todo lo que cuenta Kurtz sobre su visión del horror es a lo que nos enfrentamos en este momento, y no hay alivio que espante el miedo colectivo a semejante voluntad, por mucho que se argumente que es una forma de ocultar su creciente debilidad en territorios de Siria y desviar la atención. Esa batalla, si estamos en guerra, ya la hemos perdido, pero la que no podemos perder es la de confiar en quienes nos defienden, en quienes velan por nuestra seguridad, porque eso supondría perder la guerra.

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