La policía gibraltareña realiza una detención absurda e innecesaria y reabren el debate
Las relaciones entre España y Gibraltar volvieron a sufrir ayer un varapalo y un nuevo jarro de agua fría por la absurda detención de un submarinista algecireño en las denominadas aguas en litigio, que tanto España como Gibraltar, consideran suyas. Una detención absurda y demasiado meticulosa que realizó la policía gibraltareña; y sobre todo totalmente innecesaria. Los agentes gibraltareños detuvieron a un pescador en las aguas en litigio al detectar al pedirle la documentación que tenía pendiente una multa de tráfico con las autoridades del Peñón.
Si ya de por sí el sitio de la detención es polémico, a una milla de la costa gibraltareña, en pleno epicentro de las aguas en litigio, la causa de la detención incluso es ridículo por lo que la metedura de pata de la administración de Peter Caruana no ha podido ser más sonora.
De todas formas, aparte de la anécdota de la detención de este pescador, anécdota porque salió a las horas en libertad sin cargos; aparte, este incidente vuelve a demostrar una vez más que España, Gibraltar y Reino Unido deben encontrar una vez más una solución a este litigio de tantos años sobre la soberanía de las aguas y que en las últimas fechas ha provocado muchísimos quebraderos de cabeza sobre todo con la práctica de tiro sobre un blanco con los colores de España. Si el Foro de Diálogo tripartito entre España, Reino Unido y Gibraltar tiene una función es precisamente ésta: la de solucionar cuestiones enquistadas y que aparentemente están en un callejón sin salida. Si ninguna de las partes quieren entablar el debate de la soberanía de las aguas y mucho menos del Peñón; éstas partes al menos deberían demostrar su responsabilidad y diseñar una especie de acuerdo provisional que evite de aquí en adelante todos estos incidentes absurdos entre las fuerzas de seguridad de España y de Gibraltar. Ahora estamos en el tiempo de las denuncias políticas, pero corremos el riesgo de que a raíz de estos enfrentamientos ocurra un día una desgracia personal y entonces sí que sería un gran problema diplomático.