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Los Jueces Magos

Reflexión de un docente a propósito de la llegada de los Reyes Magos

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Todos los años, desde hace varias generaciones, ya se oyen por estas fechas frases como: “Cuidado con lo que haces, que los Reyes Magos están mirando desde el Cielo” o “Si no sacas buenas notas, los Reyes te van a traer carbón”. Yo cuando lo oigo siempre me acuerdo del Padre Carlos M. González García Mier, que le tenía gran devoción a los Reyes Magos y siempre que me daba la paz me decía con un cabezazo: “Dios siempre te quiere mucho”.

No sé qué imagen estamos dando de los Reyes Magos a nuestros hijos cuando les decimos que si no obedecen se quedarán sin regalos. Pero si seguimos así, puede que nuestros nietos acaben cambiándole el nombre por el de los “Jueces Magos”. Y es que lo que parece una tontería, puede tener graves consecuencias en la educación de nuestros hijos.

Al desvirtuar la verdadera imagen de los Reyes Magos y atribuirles características de jueces, estamos jugando contra nosotros mismos. Si lo que pretendemos es castigar a nuestros hijos por alguna razón, lo que no podemos hacer es culpar a los Reyes por ello.

Pues en un intento de conseguir autoridad en nuestra casa–o más bien autoritarismo-, se la estaremos atribuyendo a los Reyes. Y eso no es todo. Hay mucho más contenido encerrado en la idea de chantajear con los regalos de los Reyes.

Un mensaje perjudicial que perciben los niños cuando se les amenaza con quedarse sin regalos, es la idea de pensar que sólo son buenas personas quienes más juguetes tienen. Visto así, parece una buena manera de educarlos en el materialismo que se respira en nuestra sociedad de consumo.

Otro mensaje mucho más grave y profundo que reciben al escuchar nuestras amenazas es que una persona no es valiosa por sí misma, sino en función de su comportamiento. De este modo, parece que el cariño de los padres está condicionado por su manera de actuar. Nada más lejos del verdadero sentido de la institución familiar, que debe ser un lugar donde se quiere a la persona por ser quién es y no por lo que pueda ser capaz de hacer en la vida. Un padre o una madre no pueden condicionar el amor hacia sus hijos por su comportamiento. De eso ya se encarga la sociedad competitiva en la que vivimos.

Además, los castigos continuados suelen modificar la percepción que el niño tiene de sí mismo haciéndole pensar que “es malo”. Esa etiqueta le hará repetir las conductas no deseadas por los adultos porque, inconscientemente, ha creído que él es así.

Las amenazas sirven para educar desde el miedo a ser castigado y no desde el consentimiento voluntario del niño. Así, cuando desaparezca la amenaza porque no se ha cumplido, el niño volverá a repetir el mismo comportamiento no deseado. ¿Y qué padre o madre acaba cumpliendo la despiadada amenaza de ponerle a sus hijos un trozo de carbón en el salón de su casa y dejarlo sin juguetes el día de la Epifanía del Señor? Ninguno en su sano juicio.

Sin embargo, en educación existe una regla muy sencilla: Hay que cumplir lo que se dice. Si decimos algo y no lo cumplimos, el mensaje que recibe el niño es claro: “No siempre pasa algo por saltarse las normas”.

Los modelos educativos de la sociedad suelen ser un reflejo del sistema político en el que nos movemos. Sin embargo, a pesar de ser ya varias generaciones las que hemos nacido bajo el amparo de la democracia, a la hora de educar, solemos copiar y repetir patrones antiguos que huelen más a represión y dictadura que a libertad democrática.

No digo con esto que no haya que tomar medidas cuando un niño realiza una conducta que sea perjudicial para sí mismo o para los demás. De ningún modo. Eso sería no educar. Lo que digo es que el castigo como tal, no parece que sea la mejor medida. Para educar en libertad hay que hacer ver a los niños que cada uno es responsable de sus propios actos. Pues la libertad conlleva responsabilidad. Por eso, debemos pensar bien antes de decidir cómo actuar. Porque cada decisión tendrá una consecuencia.

En la vida real, las consecuencias de nuestros actos siempre están relacionadas con las decisiones que hemos tomado. Del mismo modo debería ser cuando educamos a nuestros hijos para prepararles para la vida. Por eso, no tiene sentido que por no estudiar y sacar malas notas el 23 de diciembre, castiguemos a nuestros hijos el 6 de enero. Pues esa medida no es inmediata a la acción y además, no existe una relación lógica entre el acto y la consecuencia.

Si el niño no ha estudiado lo suficiente, tendría más sentido que en vacaciones no pudiera salir porque necesita aprender lo que no estudió durante el primer trimestre. Así, aprendería que si no es responsable para gestionar su tiempo de estudio, sus padres le reducirán las salidas con los amigos y le programarán un horario mucho más intenso que le privará de buena parte de su tiempo libre hasta que aprenda a organizarse sólo.

Pero el 6 de enero vendrán los Reyes, porque los Reyes son magos y al igual que nuestro Señor, quieren a todos -niños, jóvenes y adultos- independientemente de las notas que hayan sacado.

En definitiva, es preferible educar en la responsabilidad, en atención a las consecuencias de nuestras decisiones y no en el miedo al castigo del adulto. Por eso amenazar con los Reyes, no es una manera muy acertada de educar a un hijo. No importa la edad que tenga. Los problemas han de resolverse desde la comunicación y no desde la amenaza.

Pero que nadie se sienta juzgado al leer estas líneas si se ha acordado de que en algún momento usó a los Reyes para educar a sus hijos. Los padres educamos lo mejor que sabemos. Sirva esta reflexión para que las nuevas generaciones aprendamos de alguno de los errores del pasado.

                                         (Juan Andrés Caballero es profesor de Educación Infantil)

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