Carrie no sólo fue uno de los grandes éxitos de taquilla de mediados de los años setenta, sino que contribuyó a la popularidad de un escritor que, en muy poco tiempo, se convirtió en fuente inagotable de inspiración para Hollywood:
Stephen King.
Una de sus mejores novelas,
Salem´s Lot, se convirtió en 1979 en una miniserie de televisión dirigida por Tobe Hopper (La matanza de Texas, Poltergeist) que llegó primero a nuestro país como película bajo el extraño título de
Phantasma 2 -ni hay fantasmas, ni tiene nada que ver con la Phantasma original-. La versión reducida para el cine tuvo malas críticas, pero
la emisión de la miniserie en TVE a mediados de los 80 la convirtió en un pequeño fenómeno.
Posteriormente tuvo una nueva versión, también en formato televisivo, con
Rob Lowe de protagonista, pero es ahora cuando se ha realizado su primera adaptación formal como largometraje, bajo la producción de
James Wan (creador de la saga Saw y Expediente Warren) y del propio King, y la dirección de
Gary Dauberman, que ya participó en la adaptación de It -otro de los títulos imprescindibles del autor de El resplandor- y figura como guionista de la saga de
Anabelle y La monja.
En este sentido, hay algunos aspectos interesantes en este nuevo acercamiento a la extensa y entretenidísima novela de vampiros de King; entre ellos, que respeta el escenario (el condado de Maine) y la época en la que transcurre la historia (mediados de los años 70), pero también las modificaciones y libertades que se permite a la hora de afrontar la segunda parte del metraje, con aciertos notables en favor de la propia narración, como el escenario del autocine y el notable clímax de suspense al que va dando forma en el mismo, incluida una idea deudora del mítico final de
Las novias de Drácula, una de las obras imprescindibles de la
Hammer.
El filme cuenta asimismo con una destacada fotografía, basada en el uso de diferentes tonalidades que contribuyen a establecer una especie de código ambiental, e incluso con un efectivo montaje, aunque parte de ese buen trabajo formal queda deslucido en buena parte por un reparto muy descompensado y las malas interpretaciones del danés
Pilou Asbæk -a años luz del James Mason de la serie- y una
Alfre Woodward empeñada en no creerse el personaje que está interpretando.
El otro giro destacado de esta adaptación y que desequilibra en ocasiones la balanza tiene que ver con el trasfondo de la historia: la novela va sobre la eterna lucha contra el mal; la película prefiere centrarse en la falta de fe, o en la necesaria búsqueda de la fe, pero también en la lucha contra la alienación, como signo de un presente tan peligroso como el de los vampiros de la historia. Un buen intento, aunque tal vez sin rigor fílmico suficiente.