La historia de Amal y Ebtisam, las dos jóvenes lesbianas saudíes a las que sus familias les hicieron la vida imposible tras enterarse de que estaban juntas, y que recientemente lograron llegar a España tras huir de ese infierno, quizás no hubiera sido la misma sin
Násara. La activista feminista saharaui se convirtió en su ángel de la guarda. No lo ha sido solo de ellas, también de otras muchas mujeres que viven bajo el yugo del patriarcado islámico, al que Násara lleva años haciéndole frente.
No fue una decisión fácil, reunir a la pareja en un mismo país era una misión arriesgada, además de costosa. Un proceso que para la activista saharaui también iba a suponer un importante desgaste emocional. Cuando las dos jóvenes le pidieron ayuda, el tiempo ya corría en su contra. Amal y Ebtisam habían creado una plataforma en redes,
Yemeni Feminist Voice, junto a Besmah, conocida de la activista saharaui. A través de la plataforma, con la que Násara ya había colaborado previamente, las dos jóvenes le piden ayuda. “Me lo tuve que pensar porque recientemente había atravesado una situación personal difícil y tenía que prepararme mentalmente y saber si estaba capacitada para revivir todo este proceso, pero Amal tenía concertado el matrimonio para el 6 de junio y cuando ellas me contactan fue a finales de abril de 2021, así que tenía que tomar una decisión rápida”.
Finalmente, Násara decidió ayudarlas. “Les dejé claro que las probabilidades de llegar a Europa eran mínimas, que no podía garantizarles que tuvieran un final feliz, pero que iba a poner todo mi empeño en ello”. Una operación de alto riesgo para la que la activista creó un crowdfunding con el objetivo de conseguir dinero para que pudieran huir. En solo tres días logró reunir 9.000 euros, gracias a ello pudieron costear los billetes para que Amal y Ebtisam viajasen a El Cairo. “Estaba en constante tensión, tanto es así que durante todo ese tiempo se me paralizó la mitad de la cara dos veces. Estaban bajo mi responsabilidad, yo acepté y ellas pusieron sus vidas en mis manos. No quería que les pasara nada”. Vivencias extremas y muy duras, la llegada de las jóvenes a España fue “todo un alivio, no fue tanta la euforia que experimenté”, aunque para la activista saharaui el momento más feliz fue cuando logró reunirlas en Egipto.
Násara se encargó de que Amal y Ebtisam no sintieran peligro en ningún momento. Ahora, recuperándose las tres de lo vivido en Jerez, donde la activista saharaui pasa algunas temporadas, esperan que les llegue la protección jurídica por orientación sexual.
No eran las primeras ni las últimas mujeres a las que Násara ayuda. Todo comenzó cuando adoptó una visión feminista secular y empezó a ser crítica con la sociedad que le rodeaba. “Mi proceso no fue repentino, aunque desde niña tuve la sensación de que se me trataba diferente, yo sentía en mis carnes esa desigualdad frente a los hombres, me daba rabia pero no le di perspectiva política ni feminista. Cuando cambié mi visión respecto a esa desigualdad que atravesaban las mujeres fue a los 20 años, la filosofía me ayudó a elaborar un análisis, a entrar en ese mundo lleno de incógnitas, entonces decidí salir a la palestra y comenzar esta militancia”.
Násara visionó dos vídeos en los que se humillaban a mujeres musulmanas, a raíz de entonces comenzó su lucha contra lo que ella denominó patriarcado islámico. “Fue el punto de inflexión, pensé en el sufrimiento de esas mujeres y lo que significaba en nuestra sociedad. Empecé a buscar chicas en redes que estuvieran en esos contextos para unificarnos”. Realizó una tesis de forma individual donde dividía esas estructuras que conforman el patriarcado islámico -la familia, el Tribunal Social Islámico y el sistema islámico, basado en una jerarquía vertical férrea-, parar crear consciencia y aminorar el poder que ejercen sobre la mujer. “Ser feminista conlleva un alto riesgo, pero hay que asumirlo y protegerse en la medida de lo posible”, afirma Násara, quien también fundó la plataforma
Amnat Thawra (Hijas de la Revolución), en la que trabaja con mujeres musulmanas o de raíces islámicas.
A pesar de la presión a la que se ha visto sometida al señalar directamente al patriarcado con apellido islámico, no ha sido suficiente para frenar a esta joven de 29 años. “Las ganas de cambiar las cosas es mucho más fuerte, aunque la parte más dura la he sufrido en soledad”. En Arabia Saudí ser feminista está considerado un acto terrorista, aunque ante el aumento de radicalismo, Násara confía en un futuro más esperanzador. “En estos contextos cada vez están surgiendo más movimientos feministas que quieren establecer una mejora”, concluye.