Qué pechá de agua

Publicado: 26/12/2021
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Es una exclamación viajera, nuestra, oportuna y por lo tanto imperdible
La pedíamos como el maná y por fin llegó. Desde hace semanas, en la pantalla del móvil, ha ido apareciendo enlaces que, al desplegarse, se interrumpían por la presencia   de Blas, una borrasca cuya foto sobre la península nos hacía inspirar incertidumbre y espirar miedo. Pero los días iban pasando entre el frío, el sol furioso por no poder calentar, un montón de nubes y noticias del temporal en otras zonas del mapa. Hasta que jarreó sobre la Nochebuena, acharolando la Navidad isleña mientras exclamábamos con sorpresa la coletilla titular del texto, por no estar acostumbrados a la caída de la lluvia con tanta fuerza y pertinacia, sin intención de amainar.

El origen de la expresión no se encuentra en la primera edición de El habla de Cádiz, del Prof. Payán. Sin embargo, un paseo por la Web -como el que habrá dado usted, paciente lector, probablemente hace tiempo- nos la descubre muy utilizada por el hablante malagueño, quien corta la sílaba final, la del participio del verbo pechar, voz con cuatro significados, siendo uno de ellos la asunción de una carga, aunque en Andalucía se acepta panzada o hartazgo, según recoge Ángel de los Ríos en un artículo de su autoría.

Al leerla impresa en un periódico se llena de nostalgia y ternura, porque es volver al momento en que la escuchábamos de nuestros mayores, de nuestros abuelos, acompañada con el gesto y el tono entre el desespero y la paciencia, tan suya al llegar a esa edad en que ellos ya eran grandes, aunque tuvieran un par de años más de los cumplidos ahora por nosotros. Es una exclamación viajera, nuestra, oportuna y por lo tanto imperdible. Por eso gusta oírla a nuestros jóvenes cuando vuelven a casa por vacaciones y la sueltan al volver de caminar, después de reír, mientras rebañan un plato de potaje o, como estos días, al detenerse la lluvia un rato. De esta forma tan sencilla comprobamos el enraizamiento del origen, el cariño por las costumbres, la admiración por el habla, el afán por no perderla.

Según el pronóstico, es posible que cuando estas líneas se estén leyendo, la lluvia se encuentre en plena lucha por quedarse, dejando caer sus últimos chaparrones como pataleta ante la semana de sol prevista. Entonces la exclamación volverá a recorrer nuestras calles, justificándola con su necesidad imperiosa, reconociendo la normalidad del invierno en un mediodía con la luz plomiza, viendo sobre la marisma una nube espesa reventando en goterones, ansiando el escampado y la propagación del petricor perfumando el aire. Una de las razones por las que se agradece la pechá de agua.

Ánimo y prudencia.

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