Hace ya más de tres décadas una palabra se inmiscuyó en nuestras vidas no sin cierta dificultad. Era la sostenibilidad, y más que por lo complejo de su pronunciación por su definición, sobre todo cuando se utilizaba como adjetivo acompañando a sustantivos a veces de lo más desacertados, como es el caso del crecimiento sostenible. En ocasiones he utilizado la fábula de Esopo de la liebre y la tortuga para explicar que pretende ser el desarrollo sostenible. La tortuga sería el representante de la Naturaleza, lenta en su proceder, pero segura en su objetivo. Por el contrario, la velocidad en el desarrollo de la humanidad es como aquella liebre, tremendamente más rápida. Acompasar a ambos, buscando el diálogo sosegado que impone el lento reptil es precisamente la razón del ansiado desarrollo sostenible. Sin embargo, la humanidad, como el lepórido, parece no estar dispuesta a renunciar a su vertiginoso progreso, y hasta se permite dormirse en los laureles de su arrogancia. Como se nos advierte en el final de la fábula, ya será demasiado tarde cuando tras el aletargado sin hacer de la humanidad, la Naturaleza acabe alcanzando su meta sin esperarla.
Ahora el nuevo palabro a incorporar es la circularidad. Con gran acierto, la inquietud de Clara Plata ha logrado a través de la Academia eCityMálaga llevar hasta el mismo corazón de nuestra Tecnópolis este novedoso concepto, que irá progresivamente incorporándose en nuestro repertorio diario. A mitad del siglo pasado la materia y la energía que entraban en una casa solo generaban desperdicios, que incluso eran adquiridos por quienes lo requerían para alimentar a su ganado. Como en la simpática película Los dioses deben estar locos, quien poseía una botella de cristal tenía un tesoro. Era una vasija multiuso que servía para reponer una y mil veces el aceite, el vino o lo que hiciera falta. Con la Edad del plástico los desperdicios pasaron a ser basuras que había que acumular en vertederos cada vez más grandes, e incluso utilizar un continente como África, los océanos o el espacio exterior. Más cercano en el tiempo, cierta conciencia de alarma nos ha llevado a considerarlos como residuos, y las tres erres empezaron a integrarse en nuestra cotidianeidad: reducir, reutilizar y reciclar. Ahora la necesidad obliga a añadir otras seis erres: reparar, repensar, rediseñar, refabricar, redistribuir y además recuperar energía. No inventamos nada nuevo, el éxito final de la Naturaleza es haber logrado una máquina perfecta con las nueve erres en un flujo constante de materia y energía, en una exitosa economía circular. Como nos enseña la tortuga a veces hay que levantar el pie del acelerador y otear el horizonte, y de esa manera despacio se llega más lejos.