La pasada semana nos dejó “El Mejicano de Oro”. Así se anunciaba en los carteles este portuense de adopción ya que, aunque naciera un 22 de abril de 1928 en la localidad cubana de San Antonio de los Baños, su familia se trasladó cuando contaba con tan sólo un año de edad a tierras Aztecas.
En su juventud, “envenenao” del toro, se embarcó rumbo a Portugal para luego recaer en España.
Sus primeros muletazos por nuestro país los realizó por tierras salmantinas y extremeñas, echando su ancla en El Puerto en 1951.
Tras pocas oportunidades con el vestido de oro, lo cambió por el de plata en el año 1956. Fue un banderillero “humilde” que principalmente actuó con noveles a los que alentaba, ayudaba y daba sabios consejos.
Aunque si hacemos caso del dicho de “antes de ser torero hay que parecerlo”, Paco era un “TORERAZO”. Daba gusto verlo andar diariamente por las calles de El Puerto desde el Barrio Alto, donde residía, hasta los aledaños de su Plaza de Toros.
Recuerdo las tardes en las que compartimos cuadrilla a las órdenes de Martín Arroyo, Jose Manuel Berciano y “El Bimbo”, era un auténtico placer escucharlo hablar de toros.
Paco, en los ruedos celestiales seguro que seguirás derramando tu torería y don de “güena gente”. D.E.P.
