Llegó el Yeyo al Puente de Hierro

Publicado: 14/12/2020
Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Es seguro que gracias a ellos el Puente de Hierro van a tener que ensancharlo, que ya va siendo hora.
Y lo cruzó. Hoy estoy bastante contento, porque ya hay unos cuantos locos más en este manicomio. Y no lo digo yo, lo dicen los Yeyos, cuando escriben por ahí: “muchos dirán que estamos locos, pero no nos vamos a quedar con los brazos cruzados”. Efectivamente, con los brazos cruzados o sin cruzar, hay que estar un poco loco para montar lo que Diego, el Yeyo, ha montado un poco más allá del Puente de Hierro según se cruza a mano izquierda. Él lo ha cruzado ya y con éxito. Los locos nos alegramos de que hayan llegado aquí unos amigos tan trabajadores y tan buenas personas. Es seguro que ya se acabaron en el manicomio las miserias y las estrecheces a la hora de la comida. Se acabó eso de un postre para cada cuatro locos y un filete para veinte. A partir de ahora, el Yeyo se encargará de que las muchas pastillas que tomamos al día entren en nuestros rebosantes estómagos y nos llenen de felicidad, porque él no va a permitir que sus hermanos de fatigas pasemos ni hambre, ni ganas de comer. Me ha llegado que Yeyo, allá por la década de los 70, era tan luchador y buscavidas, que se iba al Cuartel de Instrucción a las juras de bandera a vender bocadillos como un loco. Y que un día, como se puso a llover, cogió, se fue a una tienda, compró todos los paraguas que pudo y en el Cuartel se los quitaron de las manos junto con los bocadillos. Arte.

Yeyo, padre, no conforme con haber fundado su restaurante de siempre en Fadricas y con haber luchado por darle nombre y prestigio, disfruta también de sus tres hijos: Eli, Yeyo y Cuka. Estos dos últimos continúan la saga del padre, que bastante hizo con dejarles suficiente sabiduría para defenderse en esta vida tan ajetreada. He visto en la biblioteca del manicomio que, desde el siglo XI la palabra Diego siempre significó sabio y educado, y que las personas de nombre Diego son curiosas, les gusta aprender, descubrir nuevos conocimientos, y educar a sus hijos en los valores de honestidad y sinceridad. Así está escrito. Los Yeyos afirman que se trata de un nuevo proyecto. Por eso han escogido un sitio fantástico que muchas veces los cuerdos no saben valorar. Tener a mano los brazos que nos tiende el mar y respirar en plena pandemia el aire puro que nos llega desde los caños hasta la misma Carraca, no tiene precio. Tener a la vera los barquitos que bailan suavemente sobre la plata quieta y ver cómo salen de la Bahía con la misma sencillez con la que llegan, no hay dinero con que pagarlo. Después dicen que los locos estamos tocados del coco y que no sabemos escribir de forma poética con  categoría.

Hoy le dedico al Yeyo estas líneas, porque siempre que hemos aparecido por su restaurante, a pesar de nuestra locura, él y sus hijos nos han atendido con arte, profesionalidad y cariño. Los locos hemos deducido que también se han llevado consigo ese arte al Puente de Hierro y van a continuar en esa línea que a los cañaíllas nos gusta tanto. Comenzaron el miércoles pasado y ya no se cabe. Es seguro que gracias a ellos el Puente de Hierro van a tener que ensancharlo, que ya va siendo hora.

Este loco, desde este manicomio en fiestas por la llegada de los Yeyos, les desea, como a todos los que abren un nuevo proyecto con la que está cayendo, todo tipo de felicidad y progreso.

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