Quizás la felicidad, ese eminente estado emocional, tendría más posibilidades de ser, si los verbos no tuvieran el modo imperativo, utilizado para formular sobre todo órdenes y también pedidos, casi siempre exigentes. Una Ley, que no es sinónimo de perfección o infalible justicia, tiene que adoptar el calificativo de “imperativa” cuando quiere que sea imposible sustraerse a lo que obliga o prohíbe.
Cuando el ser humano se enfrenta por primera vez a las inclemencias climáticas, comprende que tiene que buscar un refugio y lo encuentra en las oquedades de las elevaciones rocosas emergentes, en las primitivas urbanizaciones construidas por la naturaleza, “las cuevas”, y estas le dieron el suficiente sosiego para poder expresar su creatividad.
El imperativo, la soberbia y los deseos de posesión, están muy cohesionados, sobre todo cuando se trata de acumular monedas y poder y pronto aparecieron templos, palacios, tumbas piramidales, castillos feudales, amplios caseríos etc., y todo individuo quiere emular a estos “pudientes” forjándose un hogar lo más amplio y confortable, posible. La evolución y el progreso han hecho el resto, para llegar a nuestros días en que ya no hay cuevas, es decir, no hay quien habite estas cuevas naturales, aunque se han visto y vivido en años anteriores en nuestra “salada ínsula”. Los que vivían en ellas estaban considerados como vagabundos o gentes de mal vivir. No había arte en las paredes y nadie empatizaba y mucho menos ayudaba a estos “casi mendigos”. El ser humano en la cueva fue demasiado frágil y prácticamente no contaba en la sociedad.
La Divinidad, la naturaleza o la evolución, sin embargo, le tenían destinado al ser humano, durante sus primeros nueve meses, vivir en la cueva más sublime y suprema, conocida: la cavidad uterina. Allí vivía las treinta y seis mejores semanas de su existencia. Sin embargo, no tenían, al igual que ocurría a los adultos que habitaban aquellos cubiles, un lugar en la sociedad, pero el amor que se respiraba en el edificio materno donde pasaban su vida embrionaria era el auténtico aroma que la felicidad expande.
A veces cuando se lee el concepto que del ser humano tiene Nicolás Maquiavelo uno se siente herido y esto demuestra que la bala existe. El pensamiento cartesiano nos lleva a reconocer que la libertad es la capacidad que tiene el ser humano de poder autodeterminarse y hacer uso de su propia razón. Pero uno siembra un roble esperanzado en su fortaleza y un viento huracanado le derriba, porque es la lucha de la masa enfervorizada contra la unidad. Las mayorías legislan y las minorías soportan o se derriban. Su viento es la “Ley” y su fuerza el “imperativo” de la misma.
Recuerdo el primer día de clase en el Aula Magna de la antigua Facultad de Medicina (el anfiteatro). Impresionaba aquel enorme mural en su pared frontal. “No administraré abortivo a mujer alguna”. Lo decía Hipócrates (era “el juramento médico”) en la época de mayor esplendor helénico. Ello indica los miles de año que lleva soportando el feto una persecución mortal, procedente de fuera de su territorio, pero también por su propio edificio materno. Amor y desamor, cariño y repudio. Hoy día que tanto se habla de las “mascotas” en el seno familiar, nadie podría decir que porque mantiene y da cobijo a una “perrita” tiene derecho a decidir sobre su vida y su muerte.
Las leyes sobre el aborto están ahí. Legalizadas y legitimadas con arreglo a la Constitución de cada país. Y la Ley exige cumplimiento. Además cada vez sus plazos abortivos son más amplios y se miran con mayor recelo a los profesionales que se oponen a ella y se intenta impedir o aplicarle el Código Penal, a quien influye negativamente sobre la gestante que quiere impedir el desarrollo del feto hacia su nacimiento.
Por eso los abortistas han puesto el grito, no en el cielo, sería paradójico, sino en las calles y plazas, cuando el Tribunal Supremo de los EEUU no es que haya prohibido la interrupción voluntaria del embarazo en todo el país, sino que la decisión real a partir de ahora esté en los legisladores estatales y locales y posiblemente también en los federales. La OMS ha lamentado la decisión de la justicia estadounidense. Le da todo el derecho a decidir a las mujeres y expone que el hacer ilegal el aborto, aumentará la clandestinidad e inseguridad de estas intervenciones, que pueden complicarse hasta la perdida de vida de la mujer. Hizo mutis en lo referente al ser intrauterino. La felicidad del feto hundida en la tristeza y el imperativo existente ha dado un respiro que ha aliviado su mortífera disnea, pero es consciente de la labilidad que conlleva una vida, frente a los vientos imperativos de una ley. redactada sobre el dorso de la razón.