Evadirse de la realidad y alojarse en un mundo imaginario, eventual o virtual, quizás sea tan antiguo como la misma vida humana y las pinturas rupestres de aquellos hombres y mujeres en los que cazar una presa para solventar la angustia gastronómica del momento y reproducirse, eran sus primicias, confirman que siempre hubo un hueco para lo que ahora con la vehemencia de este falso progreso que ensombrece la calidad y degenera las relaciones, llamamos “metaverso”. Este extraño capítulo en la vida de las personas, ajeno a lo palpable, no podía pasar desapercibido a la inteligencia griega y hace 2.400 años que Platón lo apreció en toda su magnitud y Aristóteles utilizando como vehículo la imaginación, desmanteló la realidad de la vida humana.
Es en la novela de Neal Stephenson,
Snow Crash donde modernamente se comienza a hablar de metaverso y se introduce la idea de los avatares, personajes virtuales de las personas reales del mundo corpóreo. La puerta de entrada a todo ello está en el ordenador, la tablet, el móvil o las gafas.
Oponerse a los descubrimientos que la humanidad realiza, sería como querer estabilizarnos en la “carreta y el buey”, mas no hay que olvidar que aquellas ruedas nos llevaron a los rodamientos actuales. Pero llenos de “juegos” por todas partes, se precisa que algo indispensable en todas las épocas de la historia y de la vida, siga teniendo la vigencia que la ignorancia pide a gritos, para salir de su estado de ineptitud. Nos referimos a LA LECTURA.
Creo que no hemos enfocado bien o al menos nos encaminamos hacia una finalidad que obstaculiza, a veces sin querer, pero siempre con excesiva vanidad, el propósito de un acontecimiento. Una feria es un mercado al aire libre en el que se compran todo tipo de productos. Se suelen celebrar en fechas más o menos fijas. Es tal como hoy la conocemos un evento de índole industrial, social, económico o cultural. La Feria del Libro es un evento cultural. Sus dos importantes brazos son: la oferta, llevada a cabo por las editoriales y librerías y la demanda, con la figura fundamental del comprador, que debe ser lector. Esta es la verdadera finalidad de esta celebración, conseguir formar y llegar a convertir los compradores en lectores.
Ser idealista y abstracto puede ser una ornamentación eficaz en los discursos demagógicos, pero el mundo es real antes que virtual y la economía es el carburante que pone en marcha todo tipo de motor. Por descontado que la feria del libro debe ser rentable, es el sustento que no permitirá la inanición, pero su misión fundamental no está en mano de los editores, libreros o Consejería de Cultura. Es cometido del autor de libros, del escritor.
Aquello de plantar un árbol, tener un hijo o escribir un libro, ha sido siempre el deseo de las personas en su senectud, pero para ello y por el mismo orden, se necesita trabajo, amor y cultura y esta última tiene sus raíces en los libros, su tronco en la lectura y sus ramas en el entusiasmo y tiempo de dedicación a la misma. Es posible que, con todo este bagaje y un “soplo divino” de fondo, un día la flor y el fruto se hagan realidad en forma de libro.
No todos podemos ser escritores. Sí, escribidores y escribientes, dicho sin acrimonia y jamás como menosprecio, sino para dejar bien diferenciado al verdadero artista y creador. Por esto hemos llegado a tener más escritores que lectores, con libros de enorme grosor y escasa profundidad, que llegan a alcanzar la luz de los escaparates porque en los despachos ya no hay papeleras al escribirse sobre la pantalla del ordenador. Y por esto hay también tantos libros cuyas páginas nunca sentirán el contacto, ni la fija mirada de un ser humano. La frase de Goethe adquiere ahora un tono desgarrador: “el que no espere tener un millón de lectores, que no escriba ni una línea”.
Ser escritor no está escrito en pergamino. No hay título real, sino virtual y está en mano de los que saben lo que leen, no de los que solo saben leer y mucho menos está en el singular criterio de los autores de los escritos por muy vanidosos que se nos presenten o por mucho tiranizar las conversaciones, hablando solo de sus obras e infravalorando el diálogo. Seamos sinceros, la Feria del libro es el certamen del comprador y la única ilusión que de ella debe desprenderse, es que este último, sea un gran lector. Para saber como soy me basta mi pensamiento consciente. Para saber lo que soy o represento necesito el criterio de los demás. Para saber quién soy es preciso pedir ayuda a la divinidad. Para saber que hacer en el mundo real preciso forjarme en el taller del estudio y seguir los pasos que me indiquen los “enseñantes”. Para un mundo fingido o virtual me basta con el metaverso.