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Curioso Empedernido

Nada que decir

Cuando somos el centro de atención de la gente, hemos de tener más cuidado con lo que decimos y hacemos

  • Juan Antonio Palacios. -

Hay algunos  de nosotros que parecemos haber muerto, porque por mucho que hablemos con el verbo o con nuestro cuerpo, no tenemos nada que decir, tal vez porque aunque que nos cueste admitirlo solo seamos basura informática  o alguien insustancial que no aporta nada a la realidad.

Los más cercanos, a pesar de su corrección, prudencia y educación nos lo notan, ya  que en nuestras vidas no pasa nada, y difícilmente podemos expresar algo de interés, sin denotar torpeza e incompetencia y superando la desidia rutinaria que nos envuelve  en el aburrimiento.

Nos asustamos o alegramos ante la menor de las incidencias que nos sucede, y es que resulta muy difícil romper la insipidez  de quien está marcado por su cultura, sus costumbres y sus trivialidades. Si no nos metemos en nuestra piel, en la de los otros y somos capaces de vivir otras circunstancias, difícilmente estaremos en condiciones de contar historias.

Cuando somos el centro de atención de la gente, hemos de tener más cuidado con lo que decimos y hacemos, y resulta más evidente, cuando no decimos nada, pero intentamos imponer nuestra voluntad.  De todas formas, es deseable en la mayoría de las ocasiones evitar las precipitaciones, para que tengamos tiempo y oportunidad de reflexionar y analizar.

Por tanto, la experiencia nos aconseja tener paciencia, ya que es la fina línea que nos separa del no tener nada que decir, a verbalizar tonterías, disparates y provocar conflictos y malentendidos. Tanto nuestro verbo como nuestros silencios nos dan la ocasión para demostrar nuestro talento y torpeza.

Si tenemos buenas ideas, no dudemos en exponerlas, pero seamos lo suficientemente hábiles para rodearnos del mejor de los equipos para poder llevarlas a la práctica. No dudemos jamás, aunque `pueda parecernos políticamente incorrecto, el presentar desde nuestros argumentos, nuestro lado más solidario.

Hay quienes detrás de su locuacidad e incontinencia verbal, no dicen nada, porque entre arraigos y desapegos,  y su retórica de patrioterismo barato, solo esconden al cobarde que llevan dentro. Para hacer valer nuestra autoridad, no debemos recurrir a un lenguaje grueso, sino predicar con nuestro ejemplo.

No dudemos en decir lo que pensamos, y no sigamos los consejos de quienes solo pretenden silenciarnos, Entre el tiempo de pensar y el momento de hacer, está la ocasión de decir, y en eso hemos de saber utilizar, con habilidad, nuestro magnetismo para convencer y conquistar a los demás.

Quizás la sabiduría esté en encontrar las palabras adecuadas  para convencer a los otros de nuestras ideas, estar dispuesto a escuchar al mundo que nos rodea y ser precavido y prudente con los excesos verbales, que solo ocasionan problemas.

Es inteligente, saber diferenciar en todo momento lo que es hablar a la gente de lo que es conversar con los ciudadanos, y mucho peor y nocivo resulta ir contra quienes deberían ser nuestros aliados. Lo más conveniente es tener las ideas claras y saber defenderlas con las tres efes, firmeza, fuerza y flexibilidad.

Resulta diferente  aunque no  lo parezca, decir adiós, que irse sin abrir la boca, ganar el futuro que soñar con él, poder elegir entre diferentes opciones que no tener otro camino que seguir que aquel que nos dictan, escaparse de la cárcel del aburrimiento que pegarse una escapada, el divertirse  que el dormitar en la inacción, el no tener nada que decir que quedarnos sin palabras.

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