Nos movemos entre el teatro y el carnaval, bien pertrechados de disfraces y maquillajes, y muchas veces no sabemos si predomina la persona o el personaje, el rostro que nos identifica o el retrato que pintamos. En medio de esta gran función que vamos representado a lo largo de nuestras vidas se nos presentan oportunidades insólitas y previsibles.
Cuando aumenta nuestro ritmo en sentido positivo, nuestra creatividad se siente estimulada. Nuestra moral está en auge y nos sentimos satisfechos con nuestros esfuerzos. Otras veces nos lo jugamos todo al azar en un cara o cruz, esperando que todo vaya sobre ruedas, pero nuestro propósito se viste de mala suerte y se convierte en un estrepitoso fracaso.
Nuestra fuerza y nuestro ánimo nos tiene que ayudar a pasar, en medio de tanto artificio, por encima de las mezquindades de algunos sujetos, o de aquellos que todo es pura mascarada que dominan el arte de no decir ni hacer nada, aunque parezcan que están siempre ocupados.
Mimémonos todo lo que podamos y no nos culpemos, por lo que es responsabilidad de otros. No debemos proyectarnos permanentemente en el futuro, como si fuéramos dueños de éste , ni preocuparnos en exceso de lo que no tiene solución.
Por muchos antifaces y cosméticos que utilicemos, no podemos ocultar todos nuestros defectos. Quienes lo reconozcan, ya tienen gran parte del camino recorrido y otros que jamás admitirán quienes son y conseguirán los máximos galardones en llevar la contraria.
Procuremos que entre los elementos del vestuario no nos pongamos orejeras, que nos impida ver la realidad a todo color, y todo lo contemplemos en blanco y negro. Las interpretaciones pueden merecer el aplauso de los demás, mientras que las hipérboles, las afectaciones y las exageraciones resultan ridículas y en ocasiones patéticas.
Tenemos proyectos que deseamos compartir y contárselos a todo el mundo, y en ese ejercicio nos dejamos llevar por la alegría y lo disfrutamos. Con prisas y sin darnos cuenta , superando insultos y provocaciones , entre el desprecio a lo que no se sabe y la temeridad de ignorar lo que creemos saber, no tenemos claro lo que queremos y eso nos hace sentir confusos.
Hay puertas que nos abren soluciones a nuestros problemas , a cambios de direcciones y voluntades propias, sin daños ni perjuicios , entre ortodoxias y heterodoxias, intimidades y exhibiciones, vendidos y comprados, sujetos y sueltos, entretenidos y aburridos, premiados y castigados.
Intentar empezar y acabar todo al mismo tiempo , sin saber como transcurrirá nuestro presente y mucho menos lo que ocurrirá mañana, no podemos pretender encerrarnos en un nosotros permanente que no sale de nosotros mismos. No somos capaces de darle sentido a las palabras y los hechos de los demás , y en lugar de crear sin cortapisas, nos vamos autocensurando y terminamos en un camino sin salida.
Vamos desarrollando nuestro papel con disfraces y maquillajes, en unos decorados en los que vemos el festival de colores a modo de una sinfonía policroma que nos anima a conducirnos sin miedo encima de las tablas o por los caminos que nos ayudan a recordar.
No es extraño que nos encontremos envueltos en una loca cordura y perdamos la brújula, con un lenguaje incomprensible, que solo intenta de que nadie nos entienda, y que cuanto más hablemos, más incomunicados estaremos en una especie de pasos que se alejen o de una perdida paulatina de consciencia.