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'Noelle': Disney y una navidad de cartón piedra

La nueva incursión de Disney en el paisaje navideño es tan ramplona y vulgar que al final uno termina preguntándose qué hace Anna Kendrick ahí

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Desde hace décadas, no hay Navidad sin películas Disney, aunque solo sea para potenciar la venta de peluches y juguetes personalizados. Pero, también, sin películas que permitan explorar sus buenos sentimientos a través de la temática navideña. No obstante, sus últimas experiencias apuntan a un concepto caduco del subgénero, cono ha ocurrido con dos de sus grandes superproducciones más recientes: Cuento de navidad y El cascanueces y los cuatro reinos. La primera, enésima adaptación del clásico de Dickens, bajo la batuta de Robert Zemeckis, era demasiado sórdida y oscura, interesante, pero de difícil asiento entre el nuevo público juvenil. La segunda, de excelente dirección artística, hubiera triunfado hace medio siglo, pero tenía pasajes soporíferos y demasiado infantiles. De hecho, la compañía ha tenido que comprar para su catálogo los derechos de Pesadilla antes de Navidad para reivindicar su lugar de vanguardia.    

Descartada la, hasta hace poco, garantista opción de los clásicos, han recurrido a un inofensivo guion del irregular Marc Lawrence (Amor con preaviso, Que fue de los Morgan, Tú la letra yo la música) para realizar una nueva contribución a la causa de la comedia navideña tomando como referencia a la familia Kringle -Papá Noel nunca suele fallar- y recurriendo a Anna Kendrick como principal protagonista de Noelle. La historia cuenta el traspaso de poderes de Santa Claus a su propio hijo para que siga adelante con la tradicional misión navideña del reparto de regalos entre todos los niños del mundo. Sin embargo, al joven Santa le da un ataque de pánico y su hermana decide ir en su búsqueda para salvar la próxima Navidad, lo que la obliga a adentrarse por primera vez en el mundo moderno -alejado de su luminosa y alejada aldea-, provocar situaciones cómicas y reivindicar los valores emocionales y hogareños de cada diciembre.

Lawrence, de todas formas, lo cuenta de una forma tan ramplona y vulgar, que uno acaba preguntándose qué hace Anna Kendrick en una película en la que todo huele a cartón piedra, o cómo ha sido incapaz de desaprovechar el enorme talento de su protagonista, a la que ni siquiera dejan probar su excelente voz con alguna canción expresa para la ocasión. Al menos sí juega con acierto la baza final de la igualdad: Santa Claus también puede ser mujer.


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