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CinemaScope

'Estoy pensando en dejarlo': ¿Genial o irritante?

Charlie Kaufman regresa a la dirección con este drama de tono pesadillesco, a ratos inquietante y deslumbrante, a ratos desquiciante, y ajeno a la indiferencia

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Cuenta la actriz Jessie Buckley (Chernobyl, Wild rose) que cuando Charlie Kaufman le entregó el guion de Estoy pensando en dejarlo le hizo una advertencia: “No te preocupes si no entiendes de qué va la película. Yo sí lo sé”. La advertencia vale para todos, y enloquecerá a los seguidores de Kaufman y pondrá en alerta a sus detractores. En realidad, el filme va dirigido a los primeros, pero también a todos aquellos que entiendan y disfruten del cine como una experiencia más allá de la pantalla, con el placer de debatir y compartir lecturas en torno a una película nada más abandonar la sala, aunque las conclusiones terminen por decantarles a favor o en contra del director.

 El guionista de Cómo ser John Malkovich, El ladrón de orquídeas y Olvídate de mí lo logra en esta ocasión poniéndose tras las cámaras por tercera vez, aunque no a partir de una historia propia, sino adaptando una novela de Ian Reid, aquí convertida en un drama de tono pesadillesco, a ratos inquietante y deslumbrante, a ratos irritante, y en un desafío para el propio espectador, por las alteraciones en la trama, la opresión escénica -está rodada en formato cuatro tercios y más de la mitad de la película transcurre dentro de un coche- unos diálogos exigentes y la propia estructura narrativa.

La película arranca de forma convencional: una chica (excelente Jessie Buckley) acompaña a su novio (Jesse Plemons) en un pequeño viaje por carretera para conocer a sus padres (Toni Collette y David Thewlis). Desde el inicio del trayecto es la voz de la chica la que nos va guiando a través de sus pensamientos, a medida que aborda con su pareja temas profesionales, afinidades poéticas y cinematográficas, recuerdos, confesiones íntimas, hasta que a la llegada a la casa comienza el vértigo y el desbarajuste argumental, que es cuando Kaufman toma partido por su propia historia y comienza a plantear, desde el caos y la confusión, el propio sentido de la existencia, atravesado por el paso del tiempo, por las decisiones, por las circunstancias, por los fracasos y la plena incertidumbre que condiciona nuestros actos.

Lo que irrita es que todo eso lo cuente igualmente en un excelente epílogo de la mano de dos bailarines, en un pequeño número musical, sin necesidad de tanto diálogo, ni de absorber al público con sus dilemas, como obsesionado con que reconozcamos en él a un creador genial, aunque siga sin lograrlo por unanimidad.

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