‘La casa junto al mar’: Raíces profundas

Publicado: 03/04/2018
Avalada por el buen hacer de su reparto habitual con su mujer, la excelente Ariane Ascaride, y los no menos notables Jean-Pierre Darroussin y Gérard Meyland
Dos hombres y una mujer, activista en paro y actriz de teatro y televisión, unidos por lazos de sangre y que no se han visto en catorce años, se dan cita en la casa familiar, situada en una cala cerca de Marsella, donde solo uno de ellos -el tercero- la mantiene en pie, junto al restaurante, de precios populares para obreros, que regentaba el progenitor, víctima de un ictus cerebral que le condena a pasar casi en estado vegetativo sus últimos días.

El reencuentro, en el que se reabren viejas y profundas heridas del pasado, tiene lugar para debatir qué hacer con y cómo repartirse el legado paterno. Solo que este no es solo material, sino ideológico… Tanto es así que un descubrimiento inesperado lo y les pondrá a prueba.

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Este es el punto de partida de la última propuesta del conocido guionista, productor, intérprete y director francés Robert Guédiguian -cosecha del 53, ‘Marius y Jeannette’, ‘Marie-Jo y sus dos amores’, ‘Las nieves del Kilimanjaro’…- ex comunista y hombre comprometido con las causas sociales, de clase y de izquierdas.

Se trata de una producción de 107 minutos de metraje, escrita por él mismo junto a Serge Valletti y con una luminosa y cuidada fotografía de Pierre Milon. Avalada también por el buen hacer de su reparto habitual con su mujer, la excelente Ariane Ascaride, y los no menos notables Jean-Pierre Darroussin y Gérard Meyland. También son destacables Jacques Boudet y Anaïs Demoustier.

Una vez puestos en dichos, y necesarios, antecedentes, quien esto firma pasa a enumerar lo que no le ha gustado de ‘La casa junto al mar’. Como animalista, los  planos innecesarios y dolorosos de la pesca y de sus víctimas debatiéndose entre la vida y la muerte. O los de los niños y la niña jugando, como si fueran objetos inanimados, con los cangrejos.

O el que haya tantas subtramas, personajes secundarios sin interés -alguno que otro, chirriante- y romances impostados, que no suman, sino que restan y dispersan, porque no interesan, ni se desarrollan. El tópico, de nuevo, de la jovencita enamorada del más que maduro ex revolucionario, de rol paternal. Aunque luego lo remedie, pero no del todo bien.

O el que haya en ella dos películas posibles, la del drama familiar y la que resulta de la aparición de los menores perseguidos, o sea de los refugiados, que, a entender de quien esto firma, no están lo cohesionadas que debieran. Lo que tiene como resultado un tratamiento más superficial de la segunda.

Por contra, ha estimado su melancolía nada tramposa, su compromiso, el enfoque crepuscular pero vivo de los personajes centrales, su mirada triste, pero objetiva, sobre los cambios que el capitalismo ultraliberal ha provocado en las pequeñas comunidades, en la clase trabajadora y en las generaciones de relevo.

Y, pese a todo, su esperanza. La escena en la que los tres protagonistas son vistos 33 años antes tomada de otra película del realizador ‘Ki lo sa?’, mientras suena el inolvidable ‘I want you’, de Bob Dylan. La de la habitación de la hija, la del juego de los nombres y sus ecos en el final…

Véanla cuando antes pero veánla. Debe ser vista.

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