La historia de la Iglesia San Paulino de Barbate... de los orígenes a la actualidad

Publicado: 22/06/2024
En la desembocadura del río Barbate se ubicó la ermita de San Paulo, fundada por San Paulino a finales del siglo IV
Sostiene Pedro del Campo en su Historia general de los ermitaños de la orden de San Agustín, escrita en 1688, que en la desembocadura del río Barbate se ubicó la ermita de San Paulo, fundada por San Paulino a finales del siglo IV junto con la de San Ambrosio. En realidad, no hay constancia epigráfica ni arqueológica de la existencia de una ermita visigoda en Barbate, pero el autor aporta algunos datos que nos pueden hacer pensar en esa posibilidad. Noticias que resultan desconocidas hoy en Barbate porque hasta la fecha no se ha analizado el texto original, sino solo algunas referencias indirectas tomadas de Fray Jerónimo de la Concepción en su Emporio de el Orbe, quien glosó a su manera aquella crónica, prescindiendo de lo que juzgaba menos interesante para su propósito.

 

Un hallazgo fortuito

En la Historia general de los ermitaños se relatan unos sucesos ocurridos a partir del hallazgo de un sepulcro en el sitio de Barbate, justo donde hoy se halla la casa de la cultura, y como pudo averiguarse tras unas pesquisas efectuadas por orden del duque de Medina Sidonia, señor del lugar, hechos que desembocaron en la fundación de la primera iglesia de Barbate.

Según se relata en la referida crónica, hacia 1526, cuando en Barbate no vivían más de veinticinco personas al amparo del castillo de Santiago, un tal Juan López, de oficio calero, habiendo armado un horno con piedra para hacer cal, siendo así, que para su sazón necesitaba de casi tres días de fuego, o cuando menos veinte y cuatro horas, en doce halló cocido su horno, y reparando en la novedad, luego lo atribuyó a milagro; y mirando con cuidado las roturas de la tierra de donde había sacado la piedra no muy distante del dicho horno, halló un sepulcro cubierto de losas, y en una de ellas las letras siguientes: AQUÍ YACE EL SIERVO DE DIOS PAULO, si bien él ni otros lo acertaron a leer hasta que el duque Don Juan envió persona docta para el efecto. Estaban dentro los santos huesos, dando muestras por su fragancia y suavidad de olor, que quien los había animado era vecino del cielo y particular amigo de Dios.



Corrida la noticia del hallazgo por los lugares vecinos, un reguero de gente de muchas partes se puso en marcha para visitar el sepulcro, y en tropas venían enfermos de todos los males y en tocando a las reliquias o tierra donde estaban volvían sin achaque, antes como si jamás lo hubieran tenido; pero este bien duró poco, porque acudiendo a la fama de los milagros gente de porte, a quienes los vecinos no podían perder el respeto, y no dejando de las reliquias más que el Sepulcro, comenzó a caer la devoción, hasta que algunos dieron noticia del suceso al duque de Medina Sidonia.

Entre los pormenores que hicieron llegar al duque, informaron que, además de haberse perdido las reliquias, el lugar donde estas se hallaron y en el que se alzaban unos antiguos paredones con visos de haber sido en lo antiguo una ermita, estaba siendo utilizado como cochinera por los vecinos. De inmediato, el duque escribió al alcalde mayor de Vejer, ordenándole averiguase cuánto había de verdad en aquella noticia, procurando información por todas la vías sobre si hubo o no allí iglesia, ermita o casa de devoción; y, de ser así, desde cuándo y con qué advocación; también de si era cierto que la habitó un santo, y adónde fue llevado el cuerpo del mismo y quién se lo llevó; si en aquel edificio se recogían puercos, y cualquier otra circunstancia que pudiese recabar, para que visto todo, yo mande proveer en ello lo que al servicio de nuestro Señor y mío convenga.

 El alcalde, continúa la crónica, partió luego en compañía del Escribano público de la villa, y halló junto al lugar de Barbate unos paredones viejos a modo de corral con su puerta, y dentro, a un lado, un Altar desmoronado, y alrededor de las otras partes las zahúrdas y unos barriles de atún, y mandó luego que lo sacasen todo y limpiasen, y que en adelante fuera ni dentro de aquella obra nadie se atreviese a llegar con ganado de ningún género; y en el mismo día comenzó a citar y examinar testigos para la información que mandaba su Excelencia se hiciese (…); algunos dijeron se habían hallado otros Sepulcros con el de San Paulo, y es de creer, que pues era Iglesia donde habían morado Religiosos, los hubiese…

Además de esto, el regidor de Vejer remitió un extenso informe con las declaraciones de los testigos y algunos sucesos que bien podían reputarse de milagrosos, a decir de los propios vecinos. Uno de ellos, el vejeriego Rodrigo Muñoz, declaró que vio entrar en el dicho Sepulcro dos personas que conoció (…) y que siempre anduvieron con muletas por tullidas sin poderse menear de otra suerte, y que salieron sin ellas corriendo por todos aquellos campos; dijo más, que vio traer a una mujer comida la cara, manos y cuerpo, de forma que no la tenía de persona, estado en que la habían puesto unas pestilencias bubas de ocho años, y que en refregándose con la tierra del Sepulcro, salió como si en su vida hubiera tenido mal alguno; dijo más, que conoció a un hombre que se llamaba Sameño cuya mujer cuantos hijos concebía, que habían sido muchos, los paría muertos o vivían poco; y que la tal fue al Sepulcro del santo y le prometió que si le daba alguno que permaneciese le pondría su nombre, como se cumplió. Últimamente, fueron infinitos otros milagros que hicieron las dichas reliquias y Sepulcro del santo...



El alcalde informaba también que los vecinos habían decidido recoger limosnas para aderezo y reparo de la ermita, pero que encomendada esta tarea a un portugués de nombre Rivera, tuvo tal cuidado de recogerla, que con veinte mil maravedís que había allegado y otras cosas se pasó a África. Aunque aseguraban los testigos que de nada le valió aquella bajeza y haber puesto tierra, o mejor agua, de por medio, pues al poco murió de cáncer, lo cual atribuyeron a otro milagro del santo.

En fin, que la noticia de aquellos milagros se extendió por la comarca, zonas del interior y marineros de todos los puertos cercanos, incluso a los cautivos de los piratas berberiscos presos en ciudades norteafricanas, alguno de los cuales se encomendó, y hasta encontró, la protección del santo para alcanzar la libertad.

El duque de Medina Sidonia viene a Barbate

Los milagros descritos fueron tantos y tal la devoción mostrada por el pueblo al santo, que acabaron por despertar un verdadero interés en el duque. Eran los años en que comenzaba el Concilio de Trento, revitalizándose la celebración de fiestas anuales en honor a los santos, la oración, la piedad popular…Gobernaba el estado ducal Juan  Alonso Pérez de Guzmán, VI duque de Medina Sidonia. El culto a las reliquias era muy viejo, se había iniciado con los primeros mártires cristianos y a lo largo de los siglos fue creciendo, de manera que en el concilio de Letrán se llegaron a implementar algunas normas para evitar los engaños que pretendían hacer pasar por restos de santos lo que no eran sino falsedades. La crónica de San Agustín nos describe cómo los vecinos en Barbate respetaron los restos de Paulo, fue la “gente de porte”, la aristocracia de otros lugares, la que se dedicó a llevarse los huesos del santo, dejando el sepulcro vacío.

Ante tal perspectiva, don Juan Alonso solicitó a través de sus criados le fuera enviada la tapa del sepulcro donde se hallaba la inscripción. Esta se la había quedado Juan López, al parecer como autor del hallazgo, sino dueño del terreno. Cuando llegaron los heraldos ducales, no hallaron a López en el lugar, sino a su esposa, Beatriz Fernández, quien se negó en redondo a entregar aquella piedra sepulcral a nadie, tal vez porque estaba ya recaudando limosnas a cuenta de los peregrinos que venían en busca del santo, aunque esgrimió para oponerse a dicha entrega que el señor Duque no la quitaría las puñadas [los puñetazos] que su marido le diese si la entregaba sin su licencia. En cualquier caso, comunicada la negativa al duque, éste decidió desplazarse hasta Barbate, acompañado como siempre de su acostumbrado séquito, a fin de convencer en persona a la buena mujer. Pero Beatriz, cuyo marido seguía ausente, volvió a negar al mismo duque lo que antes había negado a sus criados. El Guzmán, tras cerciorarse de la autenticidad de la loza, que además tenía cuatro cruces en las esquinas, y averiguar lo que en ella aparecía inscrito merced a un flamenco que venía en el séquito, dirigiéndose a la mujer y a modo de trisca, le dijo en lengua portuguesa arengándola: Vende vos ca eu nan serei homen pera vos quitar as pancadas (Vende, que yo no soy hombre para quitaros los golpes). A lo que ella respondió que si sería su Excelencia antes de haberlos recibido pero no después; y, en fin, le entregó la piedra…O sea, se la vendió.

Acto seguido, el Cristianísimo Duque, mandó que se reedificase la Ermita y que se pidiese limosna, y todo lo tocante para poner aquel santo lugar como era razón

Algunos señores, criados del mismo duque de Medina Sidonia, contribuyeron con generosidad a tan estimado propósito. Particularmente, Juan de León Garavito, hombre muy cercano a los duques, alcaide de Vejer y capitán de la almadraba de Zahara y de Conil, quien hizo colocar un escudo de armas embutido sobre la puerta principal, añadiendo la siguiente leyenda:

Los leones damos gritos

que se unen los hidalgos

al Solar de Garabitos.

La contribución de tan insigne padrino aseguró la consecución del templo, que, dotado de sus acólitos, abrió sus puertas a todos los devotos, y hasta adquirió cierto renombre, pues algunos de los navegantes que cruzaban por el Estrecho hacían escala en Barbate para dedicar sus plegarias al santo. Pero el caso es que en el interior del templo no se encontraba, no ya los restos del santo y del sepulcro, sino ni siquiera una triste imagen del santo.

Interviene el señor obispo

La orden del duque de levantar la iglesia aconteció hacia 1550. En septiembre de 1576, la villa de Vejer quiso para mayor devoción dotar a la iglesia de una imagen del santo y colocarla en el altar. Pero como para esto se necesitaba licencia del obispo, don Luis García de Haro, presentaron a este su petición, ordenando el obispo al vicario de Vejer hiciese las correspondientes averiguaciones acerca de los milagros que dicen se han hecho en ese sepulcro antiguo, que comúnmente la gente llama Sepulcro de san Paulo donde al presente está hecha una Iglesia, en el lugar de Santiago de Barbate, jurisdicción de la villa de Vejer; y de la devoción que la gente de la dicha villa y comarca tiene al dicho Sepulcro y Ermita.

 Algunos de los testigos del suceso que aún vivían ratificaron lo que habían presenciado cincuenta años antes y declarado ante los hombres del duque, aportando otros detalles y milagros del santo, a la vista de los cuales se conmovió tanto al dicho señor Obispo, que concedió se hiciese fiesta y llevasen la Imagen del santo con solemnidad; a quien conforme a la tradición antiquísima esculpieron en habito de Religioso Augustino…

No obstante, por aquel entonces, Barbate se encontraba en medio de un nuevo proceso de despoblamiento, merced a la piratería berberisca, que de manos del pertinaz Aligur azotaba continuamente la costa entre Tarifa y Sanlúcar de Barrameda. Ya la aldea había conocido tres intentos de repoblación un siglo antes, y ahora volvía a verse despoblada, sin que el castillo de Santiago sirviese para ofrecer seguridad a los vecinos, hasta el punto que en su mayoría optaron por trasladarse hasta La Barca de Vejer, donde se mantuvo el puerto que no podía sostenerse en Barbate.

La nueva población de Barbate y la consolidación del culto a San Paulino

Con la decadencia de la piratería en el siglo XVIII se producen tímidos intentos de repoblación en Barbate. Uno de estos tuvo como impulsor al XV duque de Medina Sidonia y duque de Alba a finales de aquel mismo siglo. Aunque el cabildo de Vejer se negó en redondo a permitir la repoblación que pretendía la casa ducal, no puso ningún reparo a que se instalasen cada vez más pescadores junto a la desembocadura del río, cuyo caudal desplazándose hacia el este había acabado por sentenciar la vida del castillo, perdido el objeto que lo justificaba. Vivían escasas personas en la aldea, pescadores de Conil en su mayor parte que se trasladaban a Barbate a pescar con sus jábegas, acaso huyendo de las frecuentes levas del ejército e instalados en simples chozas, algo alejadas de la iglesia.

A la altura de 1788, la iglesia solo funcionaba los domingos, y para esto con las limosnas de los propios pescadores, oficiándose misas para ellos y para los habitantes del entorno gracias a un mayordomo enviado por la cofradía de San Paulino existente en Vejer, de manera que –con cierta sorna–, escribe un secretario del duque queni los Leones ni los Garavitos, ni otra familia, ni persona alguna particular de protección presta auxilio, socorro, ni en modo alguno contribuye limosnas o beneficio de este santuario, quien no tiene sacramento, luz ni sacristán, sacerdote secular, ni regular destinado a celebrar algún culto, venta ni obtención con que gratificar a persona que se dedique a su custodia ni aseo.

Las paupérrimas limosnas de los pescadores no pudieron evitar que el santuario acabase medio en ruinas y sin liturgia. Al menos esto se infiere del hecho de que muchos de los niños nacidos en Barbate en la primera mitad del siglo XIX no recibiesen siquiera el bautismo, decidiendo el obispo ordenar el desplazamiento hasta la aldea del sacerdote de La Barca para celebrar bautizos y bodas cada tres o cuatro años.

Pero, con la progresión de la aldea, parece que en 1855 la iglesia de San Paulino se hallaba en pleno proceso de reconstrucción, pues desde entonces comienzan a conocerse los nombres de los distintos sacerdotes enviados a Barbate, siendo el padre Guerrero el primero de quien tenemos noticia, hombre muy aficionado a la arqueología (a la arqueología de entonces, claro está), que junto a un capitán de carabineros descubrió buena parte de las tumbas de época tardorromana y visigodas que aún permanecían intactas.

Tras él, podemos destacar por su permanencia en el cargo al padre Ildefonso Palomo Benítez, estante en la aldea a lo largo de diez años, entre 1861 y 1871, tocándole la penosa tarea de asistir a los pobres que padecieron el gran incendio de abril de 1863, y que se llevó por delante buena parte de las míseras chozas de los pescadores.



A partir de aquí, numerosos sacerdotes se suceden, sin que ninguno llegue a cuajar más de dos años seguidos. Hasta que, en 1883, llega a Barbate el padre Manuel Avalo Muñoz. En los primeros años de la época de Avalo, la iglesia, de estilo renacentista, según el escritor Fernández Varo, era muy sencilla, sin torre alguna y con solo un pequeño arco de medio punto que sostiene una vieja y cascada campana (…) Esta iglesia es muy pequeña; compuesta de una sola nave y la sacristía adyacente...

Pero Avalo, que debió de ser hombre decidido y de carácter, tal vez aprovechó las limosnas de dueños y capitanes de la almadraba, pues consiguió enlosar de mármol el templo, construir su coro y recibir del obispo una campana de bronce, colocándola en su espadaña junto a otra campana comprada con los restos de la antigua. El sacerdote, además, adquirió o levantó una vivienda justo frente a la iglesia, donde parece que vivió con su padre y dos sobrinos, dejada luego en herencia a la familia que lo cuidaba, que la habilitó como posada, con sus cuadras para las bestias de carga. Quizá el sacerdote se

instaló en este lugar animado por la fama de un pozo que había en su patio, el conocido como pozo de San Paulino, a cuyas aguas se atribuían beneficios curativos. Y quizá aquella posada tenga su origen en la necesidad de recoger a quienes peregrinaban en devoción al santo y al agua del pozo.

Desconocemos si fue por iniciativa suya, pero en 1917, aún siendo Avalo párroco, existía a la entrada de la aldea, en el lugar conocido como “Pinos juntos” una cruz de piedra llamada precisamente “la cruz de San Paulino”.

El hecho es que cuando el padre Avalo dejó el cargo, la iglesia, además de haberse mejorado y embellecido, estaba dotada con imágenes de gran veneración para la feligresía, entre las que se incluía una talla de San Paulino, una de la Purísima Concepción, otra de San José y una del Niño Jesús; también poseía distintos lienzos, destacando dos de la Virgen del Carmen.

Todavía el templo habría de mejorarse mucho en cuanto a imágenes y otros elementos de carácter mobiliario. En 1918, siendo sacerdote José María Castrillón Huertas, intentaban hermosearlo las distintas donaciones procedentes del mundo almadrabero. Eso sí, no corría la misma suerte las estructuras del edificio, y determinados problemas iban agravándose con el tiempo, siendo el principal que los techos se recalaban y el agua estaba debilitando los muros.

Debió contribuir al deterioro, en el sentido de la escasa recaudación que para su mantenimiento existiría en la aldea, la poca afición a acudir a misa de los barbateños, ya de por sí bastante pobres, si hemos de dar crédito a lo que escribe Fernández Varo, cuando dice que la iglesia jamás se ha visto repleta de público, sobre todo de hombres. Solo la visitan contadas mujeres, y los pocos hombres que suelen concurrir a las funciones religiosas, desgraciadamente no saben de la misa la mitad, como suele decirse, y lo hacen casi siempre atraídos por ellas más que por el culto.

Finalmente, en 1935 se decidió la construcción de una iglesia que sirviese como templo definitivo. Elegido el solar y proyectado el edificio, y a pesar de la aportación de los condes de Barbate, no se recaudó lo necesario, por lo que el Obispado decidió acometer una obra más modesta, bendecida ya en 1937 con el nombre de Iglesia de Nuestra Señora del Carmen y San Paulino. La nueva situación política y la riqueza pesquera de Barbate propiciaron la construcción deotro templo, acometiéndose éste a partir de 1946, y culminando con su bendición como iglesia parroquial de San Paulino de Nola el día 12 de octubre de 1954, magnífico edificio que ocupa una manzana entera, y que es el que todos podemos contemplar hoy en día.



 

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