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Las violadas

"... resulta que ante una violación, en vez de condolernos con la muchacha agredida, la solemos culpar por ser demasiado “abierta”...

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Ya saben ustedes que soy un acérrimo defensor de la presunción de inocencia: tanto el etarra más despiadado, como Oriol Junqueras, como Bárcenas, no son culpables hasta que no se diga en una sentencia judicial firme. Por eso escribo siempre en condicional cuando se trata de un asunto que está pendiente de juicio.

Y así lo hago respecto del que se sigue en Pamplona contra un grupo –una manada, los llaman en la prensa- de garañones sevillanos que violaron –presuntamente- a una chica de dieciocho años en los Sanfermines de dos mil dieciséis. El juicio está ahora en fase de vista oral y resulta que se ha aportado como prueba de la defensa un informe de un detective privado que ha seguido a la víctima –presunta también- y ha aportado entre otras cosas que la chica viaja, sale con sus amigos, chatea en las redes sociales. En fin, una serie de espeluznantes atrocidades con las que la defensa quiere demostrar que la muchacha es una pelandusca, y que, en cierta medida, se ha buscado lo que, presuntamente, le ha podido suceder.

O sea, culpar a la víctima. En el País Vasco, cuando asesinaban a un político, no faltaban las voces batasunas que decían aquello de “algo habrá hecho”. Pues resulta que ante una violación, en vez de condolernos con la muchacha agredida, la solemos culpar por ser demasiado “abierta”, por dar palique, por ser una calienta pollas o simplemente porque en los Sanfermines los machos bebemos más de la cuenta, y con el alcohol nos ponemos tontorrones y nos creemos con derecho a meterle mano a la primera que pase por nuestro lado.

Esperemos a la sentencia, pero ojo: si se absuelve a estos mozos porque la muchacha ha cometido la grave falta de seguir viviendo después de los hechos, si se argumenta en la sentencia, como más o menos tecnicismos, que “ella se lo ha buscado”, habrá que concluir que a partir de ahora las mujeres deberán salir a la calle siempre acompañadas, con ropa adecuada –que no soliviante a los machos del lugar-, y sobre todo, que no se le ocurra salir un sábado por la noche, sola o con sus amigas, porque con eso nos da pie a los varones, que ya se sabe cómo somos los sábados por la noche.
La libertad de las mujeres, el derecho a vivir en igualdad, a no ser convertida en mercancía sexual, está muy bien sobre el papel, pero en cuanto rascamos un poco en la realidad nos damos cuenta de que somos, como sociedad, machistas integrales, que pensamos todavía que la mujer está para lo que está, y que si no quiere que la violen ya sabe lo que tiene que hacer: ver los Sanfermines por la televisión. Y a ser posible con sus padres delante.

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