Imagínense ustedes el escaparate de la tienda de Mayolín, en plena Corredera. Pero en vez de exhibirse en él un traje de Primera Comunión o un terno de caballero, imagínense a una mujer joven, semidesnuda, sentada en un taburete. No sonríe, no provoca, aunque de vez en cuando cambia los muslos de postura de forma sugerente. Lo he visto estos días en Núremberg, la ciudad alemana famosa porque en ella se celebraron los juicios contra los nazis tras la Segunda Guerra Mundial.
Es una forma de prostitución que ya había visto antes en Holanda, en Ámsterdam, en el famoso barrio rojo, y que me provocó el mismo desaliento y la misma sensación de tristeza que ahora. No porque uno sea un mojigato ni un moralista, sino porque creo firmemente que un ser humano no es un traje de pana ni un vestido de entretiempo. Exhibir, exhibirse una mujer en un escaparate para venderla sexualmente, es tan denigrante y tan sucio como exhibir a un esclavo negro para que lo compre el dueño de una plantación algodonera.
Europa es el continente de la libertad, me dirán algunos. Que las mujeres hagan con su cuerpo lo que quieran, y si ellas aceptan ponerse en un escaparate como si fueran patas de jamón allá ellas. Yo amo a Europa, contestaré yo, contesto yo mejor dicho. Y amo la libertad. Pero si ahondamos un poco nos topamos con datos muy clarificadores: por ejemplo, resulta que el ochenta por ciento de las mujeres que ejercen la prostitución en Alemania son de fuera, casi todas de países en conflicto. O sea, ocho de cada diez mozas que se exponen en los escaparates vienen huyendo de la guerra o de la miseria. No se puede decir exactamente que esas chicas sean verdaderamente libres. Más bien parece que no le dejamos otra opción que prostituirse si quieren vivir con nosotros.
Libertad, claro que sí. Somos Europeos y hacemos bien en defender nuestra cultura y nuestras libertades. Prohibir, esa palabra llena de alambradas, no es la solución. Por supuesto que no. Si se ilegaliza la prostitución aparece enseguida la figura del chulo de putas, un personaje asquerosamente macho que se dedica a explotar a la mujer. Pero creo que podemos soñar con un mundo, con una sociedad donde la prostitución decaiga por falta de demanda, donde los hombres –hablo de la prostitución femenina, aunque sé que existen otras- dejemos de buscar sexo a cambio de dinero. No por falta de afición, sino porque entendamos de verdad que un ser humano no se debe comprar. Ni vender.