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Adviento: penas y lágrimas

En los tiempos que corren, donde las penas de la inmensa mayoría de los mortales aderezadas con el amargo sabor de las recurrentes y desahogadas lágrimas pintan negros nubarrones en el horizonte más inmediato, hablar de esperanza puede resultar, cuanto menos, contradictorio.

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(A la Hermandad de Santa Marta, en su cincuentenario fundacional)
En los tiempos que corren, donde las penas de la inmensa mayoría de los mortales aderezadas con el amargo sabor de las recurrentes y desahogadas lágrimas pintan negros nubarrones en el horizonte más inmediato, hablar de esperanza puede resultar, cuanto menos, contradictorio.
Me explicaré o, al menos, trataré de hacerlo.
No hay tertulia familiar, periodística o política –esta última llamada debate político– donde no se deje ver a las claras que la situación socio-económica en la que estamos va de mal en peor para la mayoría del pueblo llano. Claro, hemos perdido toda o parte de la capacidad que teníamos, pocos años atrás, para veranear donde se nos antojara, tener una segunda residencia a pie de playa, otros una tercera en la montaña, tener hasta tres coches en una misma familia y consumir y consumir sin desenfreno.
Por eso, cuando se acercaba el presente tiempo: Adviento, vulgo vísperas de la Navidad, cual si oyéramos el disparo indicando la interminable carrera de m… el último en comprar, nos lanzábamos a la compra necesaria para tener unas buenas Navidades. No importa si se es creyente o no, qué más da, son unas Fiestas –según las grandes marcas– en las que se trata de ser feliz “todo el mundo” a cualquier precio, después llegará la cuesta de enero, pero no te preocupes que para entonces podrás seguir gastando en las sabrosísimas rebajas, si no tienes dinero te vas al banco más cercano –da igual el que elijas– que te da un crédito al instante, sólo tendrás que hipotecarte hasta las cejas. Lo importante es consumir.
Pero claro, ahora, va la dichosa crisis y nos agua las vísperas de la Navidad y, lo que es peor, amenaza con aguarnos la Navidad en sí y hasta la celebración del Año Nuevo.
En estos tiempos en que todo se hace deprisa, que no con energía, y no encontramos tiempo para las cosas importantes, corremos el más que seguro riesgo de que la Navidad nos pille con el pie cambiado y, al ser sólo un motivo para más gastos, con la que tenemos encima, nos pase por lo alto como el AVE. ¡Qué horror!
Y es que si triste es no tener fe, aún lo es más cuando los dardos del materialismo atinan en el blanco de nuestra alma causando dolor espiritual.
Por eso, el domingo pasado (Segundo de Adviento) cuando tuve la suerte de acompañar en Rosario de la Aurora a la bendita imagen de María Santísima de Penas y Lágrimas, desde la Capilla de la Casa de Hermandad de Santa Marta hasta la Iglesia de San Lucas, sus saya y manto morados proclamaban a los cuatro vientos de la soleada mañana que es tiempo de Adviento, que por muchas penas y lágrimas que nos rodeen deberemos pintarnos la cara de verde esperanza para aguardar la venida de un niño, Hijo de Dios, que será el mismo que vendrá también al final de los tiempos.

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