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Sábado 20/04/2024  

El Loco de la salina

Lo que nos faltaba

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Confieso que una de las evidentes razones por las que me encuentro en este bendito manicomio es por culpa de las campanas. Y no me refiero a que oía campanas celestiales a todas horas, que también. Hablo de la movida que pueden provocar en el cerebro unas simples e inocentes campanadas. La verdad es que siempre me habían gustado las Navidades y el fin de año.
Eso de reencontrarse con la familia, con el anís, con los polvorones y los villancicos era algo atractivo y entrañable. La Nochevieja acababa de una vez con el año, aunque comenzaba otro, que era al fin y al cabo un melón sin abrir. Yo me encontraba bien y los tiempos funcionaban. El reloj marcaba sus horas y desde las iglesias nos venía el sonido limpio y acompasado de las campanas. Nadie hubiera dicho que yo iba a volverme loco de un año para otro. Hasta que llegaron las malditas campanadas. Alguien pensó que retransmitir por televisión las campanadas de fin de año iba a convertirse en algo fabuloso y en motivo de jolgorio festivo, es decir, algo que iba a congregar más audiencia que nunca. La gente se agolpaba bajo el reloj elegido por televisión y celebraba por todo lo alto la noche en la que se conmemoraba que la Tierra completaba una vuelta más alrededor del sol. Cuando llegaron aquellos presentadores que se liaban con los cuartos y nos tenían un buen rato con la boca abierta, no de la admiración, sino del desconcierto producido por el descontrol de campanazos, fue cuando se me cruzaron irremediablemente las neuronas y me fui volviendo loco poco a poco y año tras año. Precisamente me ingresaron en este manicomio, porque cada vez que escuchaba una campana me entraban ganas de coger al vecino por el cuello, meterle trescientas uvas en la boca y no soltarlo hasta asegurarme de que las campanadas habían terminado de una santa vez.
Pues bien. Este año que viene, por aquello de que La Isla va a celebrar el bicentenario de la Constitución, Televisión andaluza ha decidido que las campanadas se van a dar desde la Iglesia Mayor. Se me abren las carnes de pensar lo que puede ocurrir. Hay que tener en cuenta de que, aparte del problema que vamos a seguir teniendo a la hora de distinguir los cuartos, aquí, en esta ciudad 10 como la llaman, no se van a dar 10 campanazos, sino 12 como siempre, si bien lo que pegaría realmente era que fueran 10, lo cual significaría romper esquemas y hacer algo original; y lo normal es que en Cádiz fueran 12, porque en la Tacita el número pega con la celebración del 12.
Pero todo fuera eso. La cuestión más inquietante es que no veo yo a esa multitud de cañaíllas con las uvas y el champán en la mano metidos en la plaza de la Iglesia. Más bien los veo metidos entre el cemento, el polvo, las cortadoras de lozas, las tuberías y demás cacharros de obras. Desde que llegó la noticia, la única pregunta que circula por La Isla es si hay que llevar el casco puesto o quitado. También se pregunta si este lugar, escenario del robo de tantos millones de euros, es el sitio más indicado para una celebración a golpe de campanitas y de lucecitas de colores. Todo cambiaría si el señor alcalde se asomara por el campanario unos minutos antes y dijera: cañaíllas, se acabó la miseria, ya apareció el dinero y ahí van los billetes para que celebremos el año nuevo como Dios manda. Pelotazo seguro.
En todo caso, las preguntas siguen en el aire: ¿Dónde se va a poner el personal? ¿En los andamios? ¿En los montones de arena? ¿Encima de las chapas y los alambres? ¿En lo alto de las tuberías? Es muy fuerte.
Andalucía, cuando presencie el panorama, va a sacar una conclusión clara: esta gente está metida en un boquete. Y con razón.

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