El tiempo en: San Fernando

Lo que queda del día

Jindama a la vacuna

El rechazo a la vacuna no tiene solo que ver con el rechazo a la gestión política, también con nuestro propio desgaste mental tras 9 meses terribles

Publicado: 26/12/2020 ·
18:30
· Actualizado: 26/12/2020 · 18:30
  • Vacunación. -
Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

VISITAR BLOG

En marzo pasado, a escasas horas de que el Gobierno central decretase el estado de alarma, un instituto de investigación biológico de Israel confirmó tener muy avanzada la fabricación de una vacuna contra el coronavirus, e incluso se marcó el plazo de tres meses para realizar las primeras pruebas y comercializarla. Entonces, tres meses tampoco parecía demasiado tiempo. Era cuestión de aguantar; entre otras razones porque todo el mundo daba por hecho que sin una vacuna sería imposible vencer a la enfermedad. Apenas un par de semanas después, la OMS hacía valer la autoridad de sus siglas y auguraba un plazo no inferior a los 18 meses hasta que se pudiesen dispensar los primeros pinchazos.         

Al final, ni unos ni otros. A los primeros les pudo la urgencia -sin olvidar las connotaciones económicas de la carrera científica por lograr la primera vacuna: ahí tienen el caso del directivo de Pfizer que vendió sus acciones tentado por el pelotazo-. A los segundos, una exagerada y poco tranquilizadora prudencia que ha visto reducida sus previsiones a la mitad, y con el factor psicológico de empezar a ofrecerla antes de que acabe 2020.

El caso es que el día ha llegado, y lo que nueve meses atrás era visto y esperado como una gran victoria de la humanidad, ha degenerado en escepticismo: solo el 32,5% de los españoles están dispuestos a vacunarse inmediatamente, según datos de la última encuesta del CIS, realizada después de que se conociera el alto índice de efectividad de las fórmulas de Pfizer y Moderna. Una media que se repite en otros muchos países europeos y que ha llevado a establecer paralelismos -lo ha hecho la revista científica Nature- entre el rechazo a la vacuna y la escasa credibilidad de los gobiernos como consecuencia de su gestión de la crisis sanitaria.

Para que remita esa aversión, en nuestro país ya han ofrecido sus brazos como voluntarios determinados ilustres, o como una contribución más a la causa de Pedro Sánchez, antes de que el presidente tenga que vérselas como el alcalde de Amity, que tuvo que pedirle a sus allegados que se bañasen en la playa para demostrarle a los demás que no había riesgo a ser devorados por un tiburón. Pero la duda persiste, y si no nos basta la correlación política, basta con achacársela a los nueve meses de desgaste mental, porque la batalla no ha sido sola contra el virus, sino también a nivel interno y particular.

Francisco Santolaya, psicólogo clínico, respondía este sábado en El Mundo que “la pandemia ha disparado la ansiedad, el miedo, la depresión y la desesperanza hacia el futuro”, incluso ha alterado nuestro sueño. También que “en una pandemia no se pueden mezclar intereses políticos con salud”, y se ha hecho; de ahí esta encontrada forma de asistir a los acontecimientos, ya sea ante una aguja o ante una terraza llena de gente, pese a los rezos dedicados a que la primera llegase cuanto antes y a que los veladores y el público cumplan con lo establecido por la ley -definitivamente, los “ofendiditos” han entregado el relevo a los “escandalizaditos”-.

Más que el miedo a la vacuna -que también puede ser miedo confundido con jindama-, lo que debería preocuparnos en este momento es que no haya vacunas para todos, en especial “para los más vulnerables”, como ha precisado el papa Francisco, quien ha situado su reparto -“son luces de esperanza”- como uno de los principales desafíos para este 2021: “Proponer la cooperación y no la competencia. Estamos todos en la misma barca”. Da la sensación de que hablara con un lenguaje diferente, porque es difícil encontrar otros referentes que lo hagan con un sentido colectivo y de pertenencia, no de perpetuo disentimiento y afán polarizador.

Junto con el rey Felipe VI, es de los pocos a los que he escuchado utilizar la palabra “esperanza” con tanta claridad, confianza y certeza en los últimos días. Ojalá puedan aferrarse a ella los miles de camioneros españoles atrapados aún en Dover, sin provisiones ni letrinas, para poder cruzar el canal de la mancha  y llegar a tiempo para tomar las uvas junto a sus familias. Ojalá que los mismos mezquinos que se han aprovechado de sus circunstancias se viesen ahora obligados a pasar por lo mismo que ellos. No hay ni visos de que eso ocurra, pero nunca está de más algo de justicia poética. Feliz año nuevo a todos, en cualquier caso.

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN