Dos hombres nacidos un 4 de ...
Un día le pregunté a Zapatero si él cree en los horóscopos. Me miró con cara indefinible, como suele cuando algún periodista se sale del carril.
Un día le pregunté a Zapatero si él cree en los horóscopos. Me miró con cara indefinible, como suele cuando algún periodista se sale del carril. "Es que, como ha nacido usted el mismo día que Obama, seguramente compartirán muchas características", le dije yo, que pienso que los signos del Zodíaco de alguna manera imprimen carácter. Ambos nacieron un 4 de agosto --con un año de diferencia--, ambos tienen dos hijas, ambos estudiaron Derecho -distintas universidades, por dejarlo en términos que no sean despectivos para nadie--.
Ambos, sobre todo, llegaron de manera bastante inesperada hasta los aledaños del poder y luego al poder máximo: los dos son personajes afortunados, tocados por la varita mágica de la 'baraka' (no me negará usted que ZP está de suerte con la que le está cayendo al partido oponente). Este martes, al fin, Zapatero, que en privado reconoce que le gustaría tener el premio Nobel de la Paz, se encontrará en la Casa Blanca con Obama, impensable último premio Nobel de la Paz.
Así que estos dos Leo de libro, uno en la cima de la popularidad, el otro agobiado por no poder disfrutar tan tranquilamente de esa cima, se van a encontrar en el despacho oval, y todos los focos -en España, claro; en Estados Unidos ni se van a enterar- van a estar pendientes de lo que allí ocurra entre el hombre que más manda en Norteamérica, o sea, en el mundo, y el que más manda en los españoles.
Olvídese de los flecos del 'caso Gürtel' y de que el PP valenciano va a echar a Ricardo Costa, porque ese es ya un asunto menor, y que ya habrá ocasión de abordar, porque aún queda cuerda para rato: lo que va a apasionarnos este martes va a ser la fotografía de esos dos hombres todavía jóvenes para la responsabilidad que cae sobre sus hombros, dos personajes atractivos, con carisma -uno más que otro, claro- y que me parece que comparten bastantes ideales.
No crea el lector que estoy estableciendo más paralelismos de los que ya existen entre Obama y Zapatero, ni que estoy poniendo en la balanza a uno y otro: conozco y aprecio bien la distancia entre ambos.
Zapatero quisiera ser un Obama 'a la leonesa' y la cosa se queda ahí. Obama quiere cambiar el mundo y Zapatero simplemente sobrevivir al tsunami doméstico, espero que usted me entienda. Lo único que digo es que hay características, ideales y circunstancias en ambos mandatarios que los acercan, incluyendo, dicen, la similar deficiencia en el sentido del humor -del que me parece que, en todo caso, Obama tiene más que su futuro contertulio en el despacho oval-.
Y sospecho que para los españoles es bueno que ambos se entiendan, como pudo ser beneficiosa la buena sintonía de Bush con Aznar. Aquella, sin embargo, era una relación de vasallaje: un Aznar achicado hacía lo que el amo del Imperio dictaba, y lo que dictaba el amo era más bien demencial.
Ahora, un ZP también sin duda apabullado por el fulgor de su anfitrión -a ver quién es el guapo que no se impresiona ante el presidente de los Estados Unidos- llega a la Casa Blanca en medio de una considerable polémica acerca de lo que hay que hacer o dejar de hacer en Afganistán, o sobre cómo acabar de una vez con la crisis global, o cómo tratar los derechos de los homosexuales y de las minorías, o cómo afrontar las desigualdades en el mundo y extender el estado de bienestar a todos.
Puede que hasta hablen de la Alianza de Civilizaciones, que cosas más extrañas se han visto.
No me parecen pequeños temas, ni me parecería desestimable que un ZP deseoso de llevarse estupendamente con el jefe del Estado más potente del planeta le ofrezca su concurso, lo que pueda ofrecer: los soldados españoles en el irredento Afganistán no es poca cosa, sin ir más lejos.
O una intermediación con los países más duros del indigenismo latinoamericano.
Ambos, sobre todo, llegaron de manera bastante inesperada hasta los aledaños del poder y luego al poder máximo: los dos son personajes afortunados, tocados por la varita mágica de la 'baraka' (no me negará usted que ZP está de suerte con la que le está cayendo al partido oponente). Este martes, al fin, Zapatero, que en privado reconoce que le gustaría tener el premio Nobel de la Paz, se encontrará en la Casa Blanca con Obama, impensable último premio Nobel de la Paz.
Así que estos dos Leo de libro, uno en la cima de la popularidad, el otro agobiado por no poder disfrutar tan tranquilamente de esa cima, se van a encontrar en el despacho oval, y todos los focos -en España, claro; en Estados Unidos ni se van a enterar- van a estar pendientes de lo que allí ocurra entre el hombre que más manda en Norteamérica, o sea, en el mundo, y el que más manda en los españoles.
Olvídese de los flecos del 'caso Gürtel' y de que el PP valenciano va a echar a Ricardo Costa, porque ese es ya un asunto menor, y que ya habrá ocasión de abordar, porque aún queda cuerda para rato: lo que va a apasionarnos este martes va a ser la fotografía de esos dos hombres todavía jóvenes para la responsabilidad que cae sobre sus hombros, dos personajes atractivos, con carisma -uno más que otro, claro- y que me parece que comparten bastantes ideales.
No crea el lector que estoy estableciendo más paralelismos de los que ya existen entre Obama y Zapatero, ni que estoy poniendo en la balanza a uno y otro: conozco y aprecio bien la distancia entre ambos.
Zapatero quisiera ser un Obama 'a la leonesa' y la cosa se queda ahí. Obama quiere cambiar el mundo y Zapatero simplemente sobrevivir al tsunami doméstico, espero que usted me entienda. Lo único que digo es que hay características, ideales y circunstancias en ambos mandatarios que los acercan, incluyendo, dicen, la similar deficiencia en el sentido del humor -del que me parece que, en todo caso, Obama tiene más que su futuro contertulio en el despacho oval-.
Y sospecho que para los españoles es bueno que ambos se entiendan, como pudo ser beneficiosa la buena sintonía de Bush con Aznar. Aquella, sin embargo, era una relación de vasallaje: un Aznar achicado hacía lo que el amo del Imperio dictaba, y lo que dictaba el amo era más bien demencial.
Ahora, un ZP también sin duda apabullado por el fulgor de su anfitrión -a ver quién es el guapo que no se impresiona ante el presidente de los Estados Unidos- llega a la Casa Blanca en medio de una considerable polémica acerca de lo que hay que hacer o dejar de hacer en Afganistán, o sobre cómo acabar de una vez con la crisis global, o cómo tratar los derechos de los homosexuales y de las minorías, o cómo afrontar las desigualdades en el mundo y extender el estado de bienestar a todos.
Puede que hasta hablen de la Alianza de Civilizaciones, que cosas más extrañas se han visto.
No me parecen pequeños temas, ni me parecería desestimable que un ZP deseoso de llevarse estupendamente con el jefe del Estado más potente del planeta le ofrezca su concurso, lo que pueda ofrecer: los soldados españoles en el irredento Afganistán no es poca cosa, sin ir más lejos.
O una intermediación con los países más duros del indigenismo latinoamericano.
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