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La Taberna de los Sabios

Regreso a la aventura arriesgada de nuestra cotidianeidad

Ya conocemos la nueva política y nos parece un simple remedo de la antigua, modernizada, eso sí, con el colorido y los giros argumentales de las series Netflix

Publicado: 04/09/2019 ·
09:56
· Actualizado: 04/09/2019 · 09:56
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Autor

Manuel Pimentel

El autor del blog, Manuel Pimentel, es editor y escritor. Ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales

La Taberna de los Sabios

En tiempos de vértigo, los sabios de la taberna apuran su copa porque saben que pese a todo, merece la pena vivir

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Regresamos. Ya cruzamos la puerta de un septiembre que nos aguarda con el vértigo de la normalidad recobrada. Y, en tiempos de turbulencia como los que vivimos, lo excepcional se encarna en la cotidianeidad, antaño apacible, hoy encrespada e incierta. La aventura nos aguarda en las puertas mismas de casa, no tendremos que ir en su busca a lugares remotos y paradisiacos. Trabajo, negocio, amores, familia, amigos y política componen un cóctel explosivo activado bajo nuestra propia cama. Cerramos los ojos y escuchamos su tic tac cercano e inquietante.

Regresamos como nos fuimos. Sin gobierno. O, mejor dicho, con gobierno provisional a la espera de investidura. Y ya van cuatro años de esta interinidad política, convertida, según parece, en la nueva normalidad. Si, al final, Podemos apoya al gobierno desde fuera, la legislatura será corta, muy corta. Pero, si vamos a nuevas elecciones, tampoco parece que los resultados difieran tanto de los anteriores como para que quede garantizada la formación de gobiernos estables. Pues esto es lo que tenemos, provisionalidad e inestabilidad, nuestra nueva normalidad. ¿No queríamos nueva política? Pues ya la tenemos. ¿No teníamos que cambiar a los políticos veteranos? Pues ya los hemos mandado a casa y tenemos a gentes nuevas en la cosa. Ya conocemos la nueva política y nos parece un simple remedo de la antigua, modernizada, eso sí, con el colorido y los giros argumentales de las series Netflix Stile. Cambiamos a los políticos para que todo siga igual porque, en el fondo, los que no cambiamos somos nosotros como sociedad. Pero no nos atormentemos demasiado, al fin y al cabo, nuestros vecinos son aún más disparatados. Basta mirar a Reino Unido, a Italia o a Argentina para comprobar que aún somos meros aprendices en esto del dislate político. Y, claro, por aquello del tuerto en la casa del ciego, bendecimos nuestra anormalidad normalizada, signo de estos tiempos de desconcierto.

La economía siguió durante el verano al dictado del guion de desaceleración previsto. Brexit, Guerras Comerciales, agotamiento del ciclo y otras fuerzas financieras descomunales deprimen el crecimiento y la prosperidad, con el monstruo de la recesión llamando a nuestras puertas. Ya veremos adónde nos conducen tantos desajustes y desasosiegos, que ya tienen sin dormir a los gobernadores de los bancos centrales y a otros sabios advertidos. Y, mientras ellos se desvelan, inquietos y preocupados, nuestro gobierno rechaza el riesgo de recesión y nos dice que todo va de maravilla y que podemos seguir inflando la vela del gasto, que tenemos dinero para fiestas y alegrías. Y, recordamos entonces, al ministro Solbes cuando negaba la crisis que, apenas unas semanas después, nos golpearía con la fuerza del ciclón Dorian, hasta dejar nuestras economías y empleos tan asolados como las sufrientes Bahamas hoy. Atención, atención, sigamos de cerca a la economía, que el miura trae mala intención, no vaya a ser que nos pille con la muleta bajada.

Y, mientras nosotros trabajábamos la barra del chiringuito o la despensa de la casa de la suegra en el pueblo, Gran Canaria y la Amazonia ardían sin consuelo ni remisión y el glaciar Oljökull era despedido con todos los honores por el gobierno islandés como primera víctima del cambio climático. Granizos y ciclones parecen mostrarnos el enfado de la madre tierra ante nuestros excesos y agresiones, tomemos nota que la cosa es seria.

Regresamos a casa, preparados para vivir el vértigo de la aventura más excitante, la de nuestra propia cotidianeidad. ¡Pues agarrémonos fuerte, que vienen curvas!

 

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