San Francisco se me aparece
No soy un hombre piadoso, pero cada viernes, antes del comienzo del telediario, se me aparece San Francisco de Sales en el salón de casa, levitando en majestad y entre volutas de humo perfumadas de azahar y eneldo...
San Francisco consagró su existencia terrenal a la práctica del bien, animado por el saludable propósito de opositar, tras una muerte ejemplar y cristiana, a la dignidad de santo varón de la Iglesia Católica Apostólica Romana. San Francisco de Sales sabe que un santo ha de comulgar con ruedas de molino, pues cualquier queja, cualquier gesto de desaprobación, cualquier muestra de desafecto puede ser tomado por pecado de vanidad. Esto lo sé porque él mismo me lo cuenta. El santo patrón es consciente de que existen negociados mucho más lucidos. Pero jamás le he oído quejarse de su patronazgo sobre los periodistas. A esto él lo llama santa resignación.
Durante nuestra última charla, San Francisco se confesaba inquieto a causa del proyecto urdido por la agencia EFE para convertir en autónomos a buena parte de los periodistas de su plantilla. Álex Grijelmo, presidente de la agencia y periodista de prestigio, no parece tener demasiada consideración hacia sus compañeros de profesión, cuya precariedad laboral estimula con políticas como ésta. Desgraciadamente no es el único. Lo que en realidad anhelan en lo más íntimo los empresarios de los medios de comunicación es devolvernos a todos a la condición de siervos de la gleba. Pero eso está prohibido por la ley. Y como lo saben, se conforman con lo de convertirnos en autónomos.
Mientras se sacude el ectoplasma y acalla los acordes de la lira que le acompañan en todas sus comparecencias, San Francisco de Sales me confía que, a su parecer de santo patrón, y con la autoridad que concede llevar casi cuatrocientos años fiambre, nadie puede negar las patentes afinidades que se dan entre periodistas y clérigos. La principal de todas ellas, la naturaleza vocacional del oficio.
A nadie ha de extrañar que una criatura de dieciocho años recién amanecida al mundo, inocente y cordial, sienta en su pecho aún generoso la llamada de algo mayor que ella misma y, atendida ésta, se deje arrastrar por sus seductoras promesas. Es lo que convenimos en denominar vocación periodística. No es tan raro. También hay gente que nace con la vocación de mártir y anhela el día, que habrá de llegar, en el que le introduzcan astillas debajo de las uñas.
Somos trabajadores vocacionales, o eso dicen, y nuestros empleadores lo saben. Nuestras condiciones laborales son precarias, nuestros sueldos insuficientes, pero allí donde no llegue el Estatuto de los Trabajadores lo hará la vocación. Somos así de desinteresados.
De hecho, estoy convencido de que si un día la empresa anunciara que el director de recursos humanos ha contratado a un orangután de dos metros y 130 kilos de peso con el único propósito de sodomizar a todos los redactores los últimos jueves de cada mes, los periodistas concernidos lo acabarían aceptando como una contrariedad inevitable. Sí, vulnera nuestros derechos, pero, al fin y al cabo, lo nuestro es vocacional, dirán.
San Francisco, bañado en un haz de luz cegadora, me ha recomendado la exposición dedicada al periodista polaco Ryszard Kapuscinski, organizada por el diario Europa Sur para celebrar su vigésimo aniversario. Curioso. Si se considera el trato displicente y desdeñoso que tradicionalmente ha dispensado el Grupo Joly a sus periodistas, por desgracia no muy diferente al imperante en el resto de medios, uno puede llegar a imaginar que, de haber trabajado para esta empresa, Kapuscinski habría acabado sus días regentando una ferretería en Facinas. Los Joly son empresarios estrábicos, incapaces de ver que su más preciado capital está formado, precisamente, por sus trabajadores.
A modo de conmemoración de los veinte años del diario en la comarca, quiero mostrar mi incondicional apoyo a los trabajadores de Europa Sur amenazados de despido por el Grupo Joly. Y lo hago porque sé que nadie, excepto algunos, van a escribir sobre esto.
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