Esta semana pasada ha sido sangrienta en Europa. Un atentado terrorista, un golpe de estado frustrado, y tres mujeres asesinadas por el delito de violencia de género. Los medios de comunicación se han visto desbordados para dar cuenta de tantas vidas frustradas, de las dificultades de inserción de los elementos culturales entre Oriente y Occidente, de las exigencias de los estados de derecho, y de cómo ha de configurarse la Unión Europea. Especialistas de una y otra condición han establecido y rebatido argumentos, sobre un fin de semana sangriento, pidiendo la cordura y moderación que exigen las circunstancias.
Ninguna palabra de condena para asesinatos que los medios siguen llamando erróneamente “muertes” a manos de las parejas. No son muertes, no son accidentales, no son casuales, son asesinatos de personas que matan a las madres de sus hijos, a personas que han convivido toda la vida con ellos, a mujeres a las que supuestamente un día amaron. Son asesinatos porque ellas han querido romper la relación que les unía, son vidas de las que disponen algunos hombres que se arrogan el poder sobre esas mujeres, que entienden que pueden asesinarlas si no hacen lo que ellos les exigen, que matan a los hijos que han tenido con ellas.
La Ley que reguló la erradicación de la violencia sobre las mujeres, lleva en vigor doce años. No parece que se haya erradicado la violencia de género, algunas reformas habrá que hacer en la ley, algunas medidas habrá que tomar para intentar cortar esta sangría, que aumenta en los períodos vacacionales, sobre todo en verano. ¿No hay nada que hacer ante la violencia de género?
Manifestaciones de condolencia, declaraciones momentáneas sobre la necesidad de un pacto de estado. ¿Qué es eso de un pacto de estado? En una sociedad democrática también las mujeres tienen derecho a la vida, y son los poderes públicos los que tienen la obligación de garantizarla, es eso. Urge una toma de conciencia de la situación social en que se encuentra el problema de la desadaptación de determinados hombres ante la crisis de los valores patriarcales, hombres que generan un sentimiento de posesión frente a las mujeres, que no las reconocen como sujetos, y cuyas consecuencias están haciendo volver a esta sociedad a etapas pretéritas, que mejor no recordar.