Hace tres mil quinientos años el mundo era pequeño. Para los occidentales se limitaba al Mar Mediterráneo y la tierra que lo circunda. A su alrededor habían comenzado a florecer, una a una, las diferentes civilizaciones que luego se fueron sucediendo en el curso de la historia: Egipto, Creta, Fenicia, Grecia, Roma. Hace tres mil quinientos años la supremacía correspondía a Egipto y Creta. Eso es al menos lo que la historia ortodoxa nos ha dicho, luego están las especulaciones, los relatos de historiadores y filósofos y poco más. De entre este apartado de pseudo historia, merece un lugar preferente el que nos habla de La Atlántida. En su obra de diálogos Critias, Platón habla de una civilización habitante de una isla o continente que desapareció para siempre tragada por las aguas.
Esta isla, llamada Atlántida se situaba tras las columnas de Hércules. Tradicionalmente, las columnas de Hércules cerraban el Mare Nostrum, el mundo conocido, por lo que es muy probable que conforme el mundo se fuera haciendo más y más grande como consecuencia de la expansión de las culturas, las columnas se fueran alejando hasta que, por muchos siglos, permanecieron ancladas en las costas de la Hispania Ulterior (Andalucía) y la Mauritania Tingitania (Marruecos) y más concretamente en los actuales enclaves de Ceuta y Gibraltar.
Hace más de tres mil quinientos años, el mundo terminaba casi donde empezaba y, además, era plano. En esa planicie, había tierra seca, islas y mar y entre esas islas, hubo una de la que se habla muy poco, pero que tiene una importancia tremenda en el devenir de las civilizaciones occidentales.
Es la Isla de Thira ó Santorini, como se la ha conocido posteriormente, una isla volcánica, perteneciente al archipiélago de las Cícladas a unos doscientos kilómetros de la Grecia continental, en pleno Mar Egeo.
Esa isla, como las demás de su entorno, experimentó en tiempo una gran actividad volcánica, a la vez que desarrollaron una cultura importante.
En cierto momento, allá por el siglo XV antes de la cronología cristiana, la actividad volcánica fue en aumento, hasta tal punto que el volcán empezó a arrojar gran cantidad de lava, produciéndose un tapón en la chimenea que al impedir la salida de gases, partió la montaña por uno de sus lados, permitiendo la entrada brusca de miles de toneladas de agua de mar que al entrar en contacto con la masa ígnea de rocas fundidas, produjo tal cantidad de vapor que la montaña se convirtió en una caldera de presión. Cuando la fuerza indomable de los gases y la lava no encontraron por dónde salir, la montaña explotó.
El veintisiete de agosto de mil ochocientos ochenta y tres, frente a las costas de Sumatra, explotó el volcán de la isla de Krakatoa. Esta explosión está muy bien documentada porque fue seguida desde sus inicios por hombres de ciencia. Dicen que la fuerza desarrollada en la explosión equivalía a cien megatones, es decir, cinco mil veces la potencia destructiva de las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki.
Pues bien, a tenor de los resultados habidos tras las explosiones volcánicas de Santorini y Krakatoa, se cree que la primera fue como quince veces mayor que esta última. Esto da una idea de las proporciones que el cataclismo debió tener. A consecuencia de la explosión, la montaña se hundió, haciendo desaparecer gran parte de la isla y produciendo una ola gigantesca de más de cien metros de altura. A la vez, mando a la atmósfera una ingente cantidad de cenizas y polvo que oscurecieron el cielo y cambió la climatología del Mediterráneo, arruinó las cosechas, mató a personas y animales.
En aquel momento, Egipto era la cultura sobresaliente del Mediterráneo. Gracias al trabajo de los esclavos israelitas, la poderosa civilización de los faraones construyó las más esplendidas obras arquitectónicas de la antigüedad. Pero los esclavos querían salir de Egipto y el Faraón no se lo permitía. Así estaban las cosas cuando llegaron hasta allí las consecuencias de la explosión del volcán de Santorini. Dice la Sagrada Escritura que el pueblo de Israel, cautivo de los egipcios, sufría esclavitud hasta que Moisés se convierte en el salvador y saca a su pueblo de Egipto. Pero la salida no se produce sino en contra de la opinión del Faraón, al que hay que castigar con toda suerte de desgracias que se ciernen sobre su pueblo y que son presentadas como castigo divino de Yahvé, Dios de los Israelitas.
Egipto está a ochocientos kilómetros en línea recta del archipiélago de las Cícladas. Primero sintieron un intenso temblor de tierra, seguido, casi cuatro minutos después de un estruendo ensordecedor.
En todas direcciones, un "tsunami" gigantesco arrasó cuanto encontró a su paso y unas tres horas después, llegó hasta las costas de Egipto. A esta ola gigante le siguieron otras muchas de tamaño considerablemente menor, pero de inmenso poder devastador que machacaron lo poco que hubiera quedado.
Algo más tarde, también llegarían las nubes tóxicas emanadas de las entrañas de la tierra. Gases sulfurosos, nitrosos, carbónicos, mezclados con vapor de agua. Entre medias, otra nube, más densa, formada por cenizas, polvo en suspensión, partículas más gruesas de lava y otras miles de sustancias, oscurecieron el sol.
¿Qué recuerda todo esto? Posiblemente no mucho, si no se hace un ejercicio especulativo de hecho muy saludable que permite poner al día conocimientos y recuerdos que están dormidos.
El cúmulo de catástrofes son conocidas como Las Plagas de Egipto y siguiendo los textos sagrados, unas fueron soportadas por israelitas y egipcios y otras sólo por éstos últimos. Si hacemos caso a los relatos bíblicos, que ya es tener mucha fe en Dios, las plagas fueron primero dos (Éxodo, 4,9.23), las que Yahvé encomienda a Moisés; luego fueron creciendo y llegaron a siete (Salmo 78, versículos 44-55), para más tarde ser ocho (Salmo 105, v. 28-36) y luego diez (Éxodo 7.11). Hasta hace bien poco se han tenido las plagas como hechos milagrosos, pero ya el análisis de los acontecimientos no resiste la más indulgente interpretación milagrera de lo ocurrido, si es que se sigue pensando en la divina intervención.
Así las cosas, hay quien piensa que todo puede tener una respuesta científica y quizás en la explosión de la Isla de Santorini, se puede encontrar la explicación de muchas de estas famosas plagas.
Inundaciones, como en algún lugar se recoge, es evidente que las hubo y muy fuertes, pues Egipto es un país muy plano y el agua del mar, arrastrada por las enormes olas, debió entrar tierra adentro, por muchos kilómetros. Las tinieblas, otra de las plagas, que se ciernen sobre el país, puede ser efecto de la nube de polvo que al depositarse, tiñe de rojo las aguas del Nilo y las contamina, cumpliendo así otra de las desgracias que caen sobre el país, y que hace que las ranas abandonen las aguas, provocando una nueva plaga. El encharcamiento de toda la zona, en la que se acumula el agua, produce una lógica eclosión de mosquitos y tábanos, una más de las plagas mencionadas. Los gases irrespirables procedentes de las entrañas de la tierra, producen úlceras y otras enfermedades de la piel que también se refiere como castigo divino. Así, se pueden explicar, de una manera razonable, la casi totalidad de las desgracias que se ciernen sobre Egipto, salvo la de la muerte de los primogénitos, que desde luego debería tener otra razón que no el cataclismo que se comenta.
Lo cierto es que ante tanta desgracia, el pueblo egipcio se refugió en sus casas, momento que los hebreos aprovechan para salir del país casi con lo puesto, sin que nadie se perciba, ni menos, pierdan el tiempo en perseguirlos, pues bastante tiene el Faraón, su corte y su pueblo, con protegerse de tanta calamidad y desgracia como la que se les ha venido encima.
Pero la historia, si terminara así, quedaría incompleta, ya que se iniciaba con la desaparición de la civilización Atlante. Civilización de la que sabemos muy poco, casi nada y que por todo dato se sospecha estuviera ubicada en el Mare Nostrum, en algún lugar nada preciso. ¿No resulta curioso, incluso sorprendente que una civilización así despareciera sin dejar rastro?
Lo es, por supuesto y ya que imaginar es casi gratis e imaginando se da riendas sueltas a la capacidad de cada uno, hay quien piensa que es más que probable que a la misma vez que la explosión de Santorini produjo las plagas bíblicas, el tremendo cataclismo se tragara también la civilización de la Atlántida, estuviera ésta donde estuviese y de la que, por casi todo dato, se nos ha dicho que hoy reposa sepultada por el mar. Y, yendo más allá en especulaciones gratuitas: ¿Albergaba la isla de Thira la civilización Atlante?