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El salto andaluz

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Supongo que si Vito Corleone promete a su familia que se convertirá en padrino modelo, de los que pagan el bautizo en vez del funeral, sustentará la declaración de intenciones en medidas que certifiquen el cambio, como decir adiós a las armas y no extorsionar al chino de la lavandería.  En caso contrario, nadie creerá en su propósito de enmienda, al igual que yo no creo en los argumentos con que Susana Díaz anima a los andaluces a que le otorguen mayoría absoluta para que la región dé el salto que se merece. Y eso que si se tiene en cuenta que el PSOE recula desde hace 33 años,  lo que lleva en el poder, para pillar carrerilla, el salto promete.


El salto lo dará, sin duda, aunque previsiblemente al vacío, que es el lugar al que nos ha llevado su política, sin que eso le suponga al PSOE una merma electoral. Al contrario. Lo que tiene su explicación: la causa por la que la fuerza  política responsable del retroceso es percibida con esperanza por gran parte de los andaluces  tiene mucho que ver con la desgana del andaluz respecto al futuro. El andaluz cree que no está garantizado que la azucena crezca, así que se contenta con disponer de la maceta. 
El PSOE no es Vito Corleone, claro está, pero el andaluz, con su carácter de galgo de verano, de perro tendido al sol, sí está más cerca de Sicilia que de Milán, aunque eso no signifique en modo alguno que Los del Río se atrevan con la tarantela ni que la dirigencia socialista recurra al capisci para amedrentar a los díscolos.  Nada de eso. De hecho, los dirigentes socialistas son personas normales, aunque con más pasta, que neutralizan su pertenencia a la clase media con loas al campesinado, aunque lo único que sepan del pistacho es que tiene cáscara.


Puesto que la clase dirigente socialista proviene de la clase media, Andalucía no es su cortijo, sino su chalé. Es decir, no es el epicentro de un latifundio, sino la consecuencia con piscina del hombre hecho a sí mismo. Tampoco influiría que fuera su cortijo. La derecha se equivoca cuando intenta que en el imaginario colectivo del pueblo cristalice la idea de que el dirigente socialista autóctono es un señorito que recita a Celaya porque al pueblo andaluz lo que le importa no es que sea un señorito, sino que recite a Celaya.

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