De todos es conocido el extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, historia que bucea en lo más recóndito de la condición humana, que desciende en espeleología espiritual a las cuevas íntimas del hombre, donde batallan los murciélagos ciegos del mal contra las delicadas mariposas del bien. La obra de R. L. Stevenson provocó un shock social en su época al sacar a la luz ese conflicto que todos llevamos dentro y resolverlo de una manera inquietante, dejando abiertas más puertas de las que cerraba, finalizando con una incógnita, con una duda irresoluble. La novela se adentraba en el dilema permanente de si el hombre es bueno o malo por naturaleza, servía de ring para la disputa entre quienes creen en la bonhomía humana y los que defienden el principio del homo homini lupus; la conclusión era terrorífica: estamos preñados del bien y del mal, es parte de nuestra naturaleza, y el doctor Jekyll se quita la vida para matar su yo maligno, que él mismo alumbró.
Vista por un psiquiatra, la historia de Jekyll y Hyde es un caso de trastorno disociativo de la identidad, caracterizado por la convivencia conflictiva de dos o más identidades en un mismo individuo, cada una de ellas independientes y con su propio patrón de comportamiento. Incluso conlleva episodios de amnesia, que impiden al individuo recordar lo que hizo mientras prevalecía alguna de las otras identidades.
Creíamos que este desorden mental solo afectaba a los sujetos en su vida ordinaria, sin embargo en estos últimos días se ha detectado un caso en un sujeto político. Sospechábamos de su existencia, pero lo acabamos de confirmar definitivamente en Andalucía. Me refiero al extraño caso del vicepresidente Valderas y el militante Diego, dos identidades políticas en una persona que han entrado en conflicto. Tras tomarse el brebaje que transformaba al vicepresidente Valderas en el militante Diego, no dudó en anunciar su intención de visitar los campamentos saharauis en Tinduf, evidenciando uno de los síntomas de este trastorno, la amnesia, que le hizo olvidar su pertenencia al gobierno andaluz y su lealtad institucional. Y es que, como Jekyll, que se servía de la fórmula inventada por él mismo para disfrutar a través de Hyde de los placeres antisociales que su condición de prestigioso doctor no le permitía, el vicepresidente Valderas se vale del brebaje de la militancia –en calidad de militante de IU, dice- para justificar una conducta que contraviene su responsabilidad institucional.
La rebeldía mola, lo chungo es cuando uno se auto-estabula y voluntariamente se unce al yugo del poder; o sopa o teta, ya que entrar en un gobierno es una elección libre, con todas sus consecuencias y renuncias. Ha tenido que aparecer su particular abogado Utterson, la presidenta Díaz, para recetarle el antídoto de un rapapolvo público que ha neutralizado -por ahora- al militante Diego para reforzar la identidad del vicepresidente Valderas. Veremos cuánto dura porque algunos están interesados en suministrarle el brebaje de militancia para que venza el lado más salvaje de Diego y provoque la ruptura del pacto de gobierno en Andalucía, y así IU reivindicarse y posicionarse como alternativa de izquierdas al bipartidismo; lástima que Podemos le haya arrebatado ya ese lugar.
Este trastorno disociativo de identidad política no es puntual, sino consecuencia de la partitocracia que vampiriza nuestra democracia. Un síntoma evidente es la utilización de la fórmula “en calidad de” que acompaña las acciones de los políticos de este país, un sortilegio que transforma en décimas de segundo al presidente del gobierno en presidente del PP para tomar decisiones que favorecen a los suyos frente al resto de ciudadanos; o que convierte con un chasquido de dedos a la presidenta andaluza en lideresa socialista con ansias de mandar en el partido a nivel nacional. Actúan como si tuvieran un interruptor para cambiar a su antojo el cargo que aparece detrás del maldito “en calidad de”, obviando que las decisiones partidistas jamás buscan el interés general, ese para el que fueron votados.
Como en la novela de Stevenson, en política ser a la vez Jekyll y Hyde solo conduce a la muerte, en este caso de la democracia.