En su obra Oráculo Manual y Arte de Prudencia (1647) Gracián comenta una larga serie de aforismos de carácter didáctico-moral que sirven para la vida y también tienen aplicación en la política, una de las dimensiones más peligrosas de la existencia del hombre. Los apotegmas glosados por el autor de El Criticón —procedentes de escritos suyos anteriores— avisan para conducirse en una sociedad confusa y desquiciada. Esos apotegmas proceden de escritos anteriores del propio Gracián.
Fue el Oráculo un libro muy del gusto de Schopenhauer, quien lo tradujo al alemán. Todavía se sigue leyendo y estudiando. Acuden a él gobernantes, empresarios y especuladores con el fin de educarse en la astucia e incluso en el engaño y manipulación de terceros. Valga como ejemplo de la inmensa difusión que ha conocido el Oráculo el dato de que, en 1992, Christopher Maurer hizo una traducción al inglés titulada The Art of Wordly Wisdom: A Pocket Oracle (Currency and Doubleday, New York), de la que se vendieron ciento cincuenta mil ejemplares, permaneciendo dieciocho semanas (dos en el primer puesto) en la lista de libros más vendidos del diario The Washington Post.
En Francia, Baltasar Gracián es toda una autoridad en los círculos intelectuales, así como en el resto de Europa y en muchas otras partes del mundo más avanzado. Se trata, por consiguiente, de uno de nuestros clásicos de mayor reputación. En España, salvo en los ambientes académicos, no se le hace ni caso. A continuación interpreto algunas entradas de esta guía para prudentes y avispados.
“Nunca descomponerse. Gran asunto de la cordura nunca desbaratarse: mucho hombre arguye, de corazón coronado, porque toda magnanimidad es dificultosa de conmoverse. Son las pasiones los humores del ánimo, y cualquier exceso en ellas causa indisposición de cordura; y si el mal saliere a la boca, peligrará la reputación. Sea, pues, tan señor de sí y tan grande, que ni en lo próspero ni en lo más adverso pueda alguno censurarle perturbado, sí admirarle superior”. Así se comprende la serenidad y el buen talante de ciertos políticos que, después de arruinar a un país, continúan, con absoluta impavidez, mostrando las mejores de sus sonrisas.
“Saber usar del desliz. Es el desempeño de los cuerdos. Con la galantería de un donaire suelen salir del más intrincado laberinto. Húrtasele el cuerpo airosamente con una sonrisa a la más dificultosa contienda: en esto fundaba, el mayor de los grandes capitanes, su valor. Cortés treta del negar, mudar el verbo; ni hay mayor atención que no darse por entendido”. No saber nunca nada. Enterarse de todo por la prensa, aunque se dirija un país, o una región, o una ciudad. Y siempre sonriendo. Cuando uno se equivoca, el error no existe o es eso que sale por la ventana de la sede del ministerio. Y donde dije digo, digo Diego.
“Sin mentir, no decir todas las verdades. No hay cosa que requiera más tiento que la verdad, que es un sangrarse del corazón: tanto es menester para saberla decir como para saberla callar. Piérdese con sola una mentira todo el crédito de la entereza: es tenido el engañado por falto, y el engañador por falso, que es peor. No todas las verdades se pueden decir: unas porque me importan a mí, otras porque al otro”. En esto Gracián está superado en la España de hoy, donde la mentira tiene su reino. Donde siempre lo tuvo, pero hoy más. Aquí y ahora mienten hasta las piedras. El gobernante mentiroso echa mano del cinismo; las víctimas de las mentiras permanecen calladas, como si les diera igual. Otros aplauden las mentiras del que está arriba porque viven de ellas. Miente el que tiene el poder; miente el que no lo tiene y lo desea. No ya solamente ocultar la verdad, sino mentira sobre mentira. Políticos habrá que morirán con sus cuerpos lleno de verdades, porque en vida no dijeron ni una.