Fue a finales de noviembre de 2004, un amigo había tenido un accidente aéreo en el norte de Argentina, cerca de San Fernando de Catamarca. La avioneta en la que viajaba había desaparecido en la niebla frente a la gran pared andina. Viajé acompañando a su mujer hacia el lugar del accidente y permanecimos en un hotel de aquella ciudad durante ocho días, finalmente un amplio operativo puesto en marcha por el Gobierno Argentino encontró la avioneta estrellada a 4.000 metros de altura en aquellas imponentes montañas.
Durante aquellos días de búsqueda, desesperación y duelo, se celebraba en San Fernando de Catamarca una peregrinación anual y cientos de miles de fieles procedentes de todas las comarcas cercanas confluían en su catedral, esta se encontraba en una gran plaza a no más de 100 metros del hotel donde nosotros esperábamos ansiosos y desmoralizados alguna noticia de las operaciones de búsqueda. Los peregrinos, durante varios días, iban acudiendo en grupos de forma constante, haciendo sonar tambores día y noche, aquel estruendo ensordecedor cada vez subía más de tono, la mayoría de ellos terminaban los últimos kilómetros del recorrido andando de rodillas. Nosotros de vez en cuando salíamos del hotel a dar un paseo y nos confundíamos con la multitud y descubrimos sorprendidos que aquellos hombres y mujeres tenían una fe seria y apasionada, pero sobre todo descubrimos que mayoritariamente eran gente muy pobre.
Esta experiencia vivida en aquellos días, rodeada de las circunstancias trágicas que he comentado, la recuerdo de forma constante y siempre me invita a pensar sobre las particularidades de la Iglesia Católica de América Latina conformada por gente pobre y sus relaciones con la cúpula de Roma.
Juan Pablo II fue un Papa muy querido, fue un líder influyente, pero en mi opinión él estaba condicionado por las experiencias negativas que había vivido durante muchos años en el seno de su Iglesia polaca en el largo periodo que duró el régimen comunista. Desde el inicio de su papado, todo lo que pudiera existir en la Iglesia que tuviera influencias o un simple reflejo ideológico de la izquierda se desmontó, se eliminó, sin más matices ni consideraciones. Estos nuevos criterios ideologicos produjeron cambios de gran relevancia en la estructura de la Iglesia, por un lado la Iglesia fue copada por instituciones ultra-conservadoras que existían en su seno y en América Latina se organizó una caza de brujas y allí cayeron justos por pecadores. Aquella Iglesia, implicada públicamente en la lucha contra la injusticia y la pobreza, quedó descabezada en poco tiempo, sus protagonistas quedaron silenciados. Todo esto supuso una fractura en el seno de la Iglesia Sudamericana y de hecho muchos de sus fieles se han sentido huérfanos, abandonados y es por esta razón que empezaron a emigrar masivamente a la Iglesia Evangelista, que los acoge y les da calor en su fe. Hay que resaltar que la Iglesia en América Latina representa el 40% del total de la Iglesia Católica en el mundo, frente a poco más del 20% de la Iglesia de Europa.
Benedicto XVI, teólogo, alemán, vigilante del dogma, un intelectual secuestrado por sus conocimientos teóricos; todos hemos sido testigos de cómo poco a poco se vio acorralado por escándalos y por los grupos de presión vaticanos. Finalmente entendió que su edad, su estado de ánimo y la gravedad de los acontecimientos le imposibilitaban ser el cirujano de las reformas que necesitaba urgentemente la Iglesia.
Con la llegada del Papa Francisco hemos empezado a oír mensajes claros, sencillos, fáciles de entender, esperanzadores, sobre cuál debe ser el papel de la Iglesia en el mundo. Parece que los obispos que lo eligieron Papa sabían muy bien lo que necesitaba la Iglesia y a quien elegían.
Mi gran interrogante ahora es saber cómo se va a enfrentar la Iglesia a la pobreza y a la injusticia en el mundo. Está claro que hay que asistir a los pobres, todos conocemos el gran papel de la caridad cristiana, la eficacia de sus instituciones, sobre esto no tenemos dudas y todos valoramos estas organizaciones muy positivamente. Pero volvamos la vista atrás, recordemos el papel tan determinante que han tenido en la historia de nuestro país los cristianos que entendieron que más allá de la caridad hay que exigirle a los estados que den soluciones a la injusticia. Desde principios del Siglo XX, detrás del nacimiento de la Seguridad Social en nuestro país, del cooperativismo, de las viviendas sociales, del sindicalismo y de otros muchos movimientos y organizaciones que consolidaron mejoras y dieron cohesión social a nuestro país, detrás de todo esto siempre ha estado gente de la Iglesia, cristianos de izquierdas y de derechas, personas que tuvieron claro que solamente con la caridad no se avanzaba, que había que denunciar la injusticia, transformar la sociedad y sus instituciones introduciendo mecanismos de solidaridad y haciendo al Estado responsable de estas funciones.
Es por todo ello que ahora me acuerdo de los pobres de Catamarca y me pregunto sobre cuál va a ser el papel de la Iglesia en aquellos pueblos en esta nueva etapa.