Ayer no tenía nada que hacer y me puse a pensar como un loco. Me llegan muchas noticias de que fuera del manicomio hay un ambiente bastante raro. Por una parte los norteamericanos de América del Norte están de elecciones. Y los dos que se presentan se han tirado toda la campaña poniendo a España de ejemplo de lo que no hay que hacer, como si aquí no lo supiéramos. Aquí sabemos incluso lo que habría que hacer pero que nadie hace. Sin embargo, como lo dicen en inglés y las traducciones son mortales, no nos enteramos de la mitad de la misa. Lo único que me gusta es que allí cambian de presidente cada ocho años, porque consideran que con ese tiempo ya está bueno lo bueno. Aquí llegan a los treinta y todavía siguen queriendo venderte la moto cochambrosa como si acabara de salir de fábrica.
Hay un dicho muy claro: “Los políticos y los pañales tienen una cosa en común: a ambos hay que cambiarlos a menudo y por el mismo motivo”. Por otra parte, los catalanes cantan la misma partitura de siempre como si no existieran canciones más alegres. Ponen un esfuerzo extraordinario en meter a la fuerza el catalán a todos los niveles; y yo tenía entendido que el catalán era una derivación de la lengua latina más simple que el mecanismo de un sonajero, como el gallego.
Evidentemente, aunque el castellano o español también deriva del latín, no es lo mismo este idioma hablado por centenares de millones de personas en todo el mundo, que un catalán hablado por unos cuantos en un pequeñito rincón de la vieja Europa. Más vigor tiene el andaluz y estamos callados. Es un decir. Al parecer los catalanes también afirman que España les está robando. Y es que el ladrón está convencido de que todos son de su condición. Los vascos van por el mismo camino. Los gallegos, como buenos gallegos, no se sabe si vienen o si van.
De modo que, para que no me duela demasiado la cabeza, he preferido ponerme a pensar sobre lo que tenemos por delante. Y lo que tenemos por delante es el paro y lo que cuelga. A causa del paro se está llegando a situaciones no solamente de pobreza, sino de auténtica esclavitud. Por eso la libertad y la independencia no es un clamor de unos cuantos iluminados, sino el sueño de todos y cada uno de los periquitos que habitamos este país. Dicen que la esclavitud se abolió por fin y que la Humanidad se liberó de esa lacra. Gran error. Lo que se ha hecho en este valle de lágrimas ha sido cambiar un tipo de esclavitud más de andar por casa por otro más moderno y maquillado. Creo que la esclavitud no se abolió, sino que se cambió a un montón de horas diarias, a unos sueldos de miseria y a unas condiciones cada vez más asfixiantes. Y eso es lo que hay, teniendo en cuenta que, si alguno protesta, sabe que en la puerta hay cuatrocientos esperando la oportunidad de pasar por fin a ser esclavo.
Por tanto el terreno está abonado para los que tienen en la vida el único objetivo de ganar más y más, como si toda la ganancia se la fueran a llevar al más allá. Ya se pueden pagar sueldos mucho más bajos, porque nadie se quejará; ya se puede despedir, porque las facilidades son máximas; ya se puede aumentar las horas sin límite, porque a ver quién dice que esta boca es mía. Antiguamente los esclavos tenían más derechos, o por lo menos se les decía en la cara que eran esclavos y así lo tenían asumido. Pero siempre albergaban la esperanza de que algún día podían ser liberados y tratados por sus dueños casi como sus propios hijos. Ahora les han cambiado el nombre, no el sueldo, y se les llama técnicos en algo, operarios, especialistas…
Antes, cuando los esclavos se pasaban un poquito, se les hacía picadillo y los trocitos los echaban a las pirañas. Ahora, cuando el banco les quiere quitar su casa, se ahorcan ellos solitos en su habitación sin molestar a nadie.
Así está la cosa. ¿Hemos ganado? Ustedes dirán.