En tiempos de vacas flacas como los que ahora nos tocan, la actividad intelectual y literaria se incrementa. No sé yo si será por aquello de que el hambre agudiza el ingenio tanto o más que la censura. Puede que sí. Hay a quien en el siglo pasado incluso le abrió la puerta hacia el Premio Nobel. Pero si les digo la verdad, yo no lo creo. No me cuadra a mí que sea la necesidad de comer precisamente la que empuje a un individuo a dedicarse a la literatura.
Yo diría que más bien todo lo contrario. Salvo contadas excepciones, muy crudo lo tendría hoy día el que optara por cultivar el arte de las letras con el único fin de hacer de tal dedicación su principal fuente de ingresos y sustento. Aunque de todo hay en la viña del señor, y tampoco falta en este ámbito del quehacer humano, como en los demás, el oportuno especulador que busca dar el pelotazo y además lo logra.
A mayores turbulencias económicas, políticas y sociales, mayor creatividad general de los espíritus y, por tanto, muchos más ríos de tinta que corren. Es éste un fenómeno constatable, no sólo en esta sociedad occidental en la que vivimos, sino también en otras sociedades asentadas sobre bases ideológicas y morales completamente diferentes a la nuestra. ¿Por qué? No hay que ser ningún lince para averiguarlo. La razón es sencilla: los creadores tenemos a nuestra disposición –permítaseme que me incluya en el gremio– mucha más materia prima con la que abastecernos.
Son los tiempos de dificultades los que barruntan los cambios; los que ponen en evidencia contradicciones latentes; los que remueven las conciencias, los que despiertan sueños y pasiones, los que reavivan sensibilidades, especialmente frente a injusticias, los que estimulan aspiraciones de utopías, lamentablemente muy poco afortunadas la mayoría de las veces. En definitiva, los que nos dan más juego para pensar, reflexionar, imaginar y contar historias, las de ciencia ficción incluidas.
¿Significa esto que esta profunda recesión en la que andamos inmersos y de la que tanto se habla no nos perjudica a los que nos dedicamos a esto de escribir? En absoluto. ¡Qué más quisiéramos!
Quiere decir simple y llanamente que, en este mundillo, la adversidad estimula la creatividad y la productividad más que la demanda. O lo que es lo mismo, que todavía a la mayoría de la gente del oficio –tal vez resulte increíble– lo que menos nos sigue importando es el dinero. Si acaso, la promesa de fama y gloria. Y, en definitiva, que a los poetas y fabuladores eso de pasarlo canutas como que nos viene de maravilla.
No en vano hay quien afirma que es en el sufrimiento donde se encuentra la auténtica fuente de conocimiento y de saber, aunque yo no estoy muy seguro de que esto sea exactamente así. Más bien lo diría al revés: que es en el conocimiento donde está la causa del dolor, dolor del alma por supuesto. Por algún lado tenía que sacar a relucir mi sentimiento trágico de la vida. Y no es que esta mañana me haya levantado yo con el pie izquierdo o en plan “depre”, ni muchísimo menos.