A riesgo de que me espeten un “se repite usted”, como le decía Greta Garbo a Melvyn Douglas en Ninotchka, la ya casi inabarcable cifra de parados que acumulamos en España me empuja, irremisiblemente, a repetir la fórmula con la que Jack Lemon asimilaba la dimensión del número de habitantes de Nueva York en el arranque de El apartamento: poniéndolos a todos en fila india. La cola llegaba hasta la muralla china. Hace cosa de un año aplicaba esa misma fórmula a los parados que teníamos en la provincia de Cádiz, y la cola daba para ser recibidos en Badajoz con un aplauso y un vaso de agua.
Ahora que uno de cada cuatro nuevos desempleados es andaluz; ahora que un tercio de la subida de parados en Andalucía se ha registrado en Cádiz; ahora que Jerez ha contribuido con más del 15% a ese incremento en la provincia, resulta inevitable recurrir de nuevo a la operación para hacernos una idea de la dimensión del drama que pesa sobre más de treinta mil jerezanos en estos momentos. Pónganlos a todos en fila india, desde la puerta del SAE en Madre de Dios, y la cola llegará hasta Arcos. Treinta kilómetros de historias con sus lunes al sol, sus currículums multicopiados y plurientregados, sus desocupaciones, incertidumbres y preguntas sin respuesta.
Sin respuesta y sin soluciones. El martes, cuando se daban a conocer las cifras del desempleo, la Cadena Ser abría su informativo nacional con una entrevista con el ministro de Trabajo, Valeriano Gómez. Le preguntaban cómo se podía salir de esta situación. La respuesta del ministro lo decía todo -de él y de este Gobierno en retirada-: “con perseverancia”. Como en el chiste sobre la sagrada cena: “¿Es pa traicionarlo o no es pa traicionarlo?”. O para mandarlo a tomar viento. “Perseverancia”, recalcaba a continuación, en las reformas aprobadas por el Ejecutivo; ésas que dos días antes decía su candidato a la presidencia del Gobierno que a lo mejor había que abandonar para priorizar la creación de empleo sobre la necesidad del ahorro impuesta desde Europa.
Da lo mismo, que lo mismo da, porque, en el fondo, lo que de verdad preocupa es que da la sensación de que nadie tiene la menor idea de cómo salir de esta situación. Y cuando digo nadie, es nadie. Ni los que están, ni los que quieren estar, ni los que quedan por venir, empezando por los propios sindicatos, ésos que se supone que están ahí para velar por los derechos de los trabajadores, pero también para luchar por el sostenimiento del empleo y de la actividad económica.
Al menos, tanto sindicatos como partidos de la oposición se han puesto de acuerdo en algo fundamental: las reformas han podido dar resultado en lo económico, pero no en lo imprescindible, en la creación de empleo; todo lo contrario, el paro va en aumento. Pídanles en cambio que nos expliquen cómo salir del atolladero, y no se apuren si nuestra reacción sigue siendo la misma, como en el chiste: “¿Es pa traicionarlos o no es pa traicionarlos?”.
Entre otras cosas porque va a resultar complicado salir de ésta cuando ni siquiera los que tenían que haberlo visto venir supieron -quisieron o los dejaron- trasladar las consecuencias de las olas del tsunami económico que se acercaban. Es lógico que más de uno se pregunte en estos momentos para qué tantos asesores, tantos economistas, tantos ilustrados en números: ¿para analizar el pasado? Eso también lo saben hacer ahora los que no tienen otra cosa que sentarse en un banco a tomar el sol y ver la vida pasar, y, encima, te lo cuentan gratis.
Al final, siempre nos quedará Rota, donde se ha demostrado que Rodríguez Zapatero no era pacifista, sino anti-Bush, no era anti-gringo, sino pro-Obama, sea por cuestiones planetarias, por seguir el dictado o por evitar que las gaditanas tengan que seguir haciéndose tirabuzones con las bombas que tiren los fanfarrones, que para eso está ya el escudo antimisiles. Habrá que hacer cola para ir a verlo. De aquí a Rota hay eso, unos 30 kilómetros.