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Sin lecciones

Todos tenemos a la muerte esperándonos, pero mientras estemos vivos hay que demostrar que lo estamos?...

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Todos tenemos a la muerte esperándonos, pero mientras estemos vivos hay que demostrar que lo estamos”. La autora de la frase no soy yo, más quisiera, sino una de esas personas admirables que nos encontramos por ahí y que, en este caso, me sonríe desde la foto tomada en una piscina y publicada en uno de los primeros suplementos dominicales de este año. Se trata de Bernarda Angulo, una plusmarquista mundial en natación que ostenta con gloria, además de esas medallas, 96 años de grandeza y sabiduría.  Ella aprendió a nadar con 45, cuenta que cuando se supone que uno ya ha cumplido con esas cosas lógicas y humanas que se nos presuponen a una cierta edad – hablo de estereotipos, claro- y de repente se encuentra con que los niños han crecido y ya no la necesitan, y comienza a buscar un hobby que ocupe un tiempo del que parece que ya no se espera nada.

En este Año Nuevo feo, convulso, desangrado por una guerra que no es guerra sino pura masacre, con una crisis galopante engrosando listas de desempleo a nivel mundial, con unos Reyes que están teniendo que hacer verdadera magia en muchos casos, apetecen estos regalos, estas lecciones maestras, que sin costar un céntimo valen un potosí.

“Yo me doy cuenta de la vida”, sigue diciendo Bernarda, “y estoy muy agradecida”. No hace falta ser Punset o Rojas Marco para saber mogollón, conste que soy fan de ambos, ni ninguno de esos fantoches que desde sus blogs o atalayas sentencian y ajustician, y alienta ver que hay personas que desde la humildad son capaces de enviar mensajes maravillosos en su sencillez, aunque quizá muy complicados para esta sociedad en la que cada vez somos más egoístas, más rencorosos, más mentirosos y faltos de escrúpulos a la par que inconformistas e insolidarios.

No es de extrañar que con este mensaje de fondo como sintonía de su vida, a menos de cuatro años para llegar al siglo, la señora en cuestión asegure que se siente feliz. ¡Qué envidia y qué gran lección!

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