La semana recién expirada nos ha dejado dos noticias que constituyen, a mi juicio, un atropello hacia cualquier atisbo de justicia en nuestro país. Por supuesto, el desconocimiento sobre Derecho del que adolece la mayoría de la población se suma a las decisiones judiciales que vamos a comentar en esta columna para dar combustible y cierto fuste al discurso rancio, falaz y hasta empachado de patrioterismo barato que las olas reaccionarias de extrema derecha vienen enarbolando de un tiempo a esta parte.
El primer despropósito leguleyo viene por medio de la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, que revoca la condena y absuelve al ex futbolista Daniel Alves de la agresión sexual cometida en una discoteca hace un par de años. Si la condena ya fue irrisoria, con una fianza ridícula en relación al patrimonio del brasileño, la resolución absolutoria es un esperpento se mire por donde se mire. Viene a decir, si me permiten la licencia del lenguaje coloquial, que “nos creemos a la víctima, pero poquito”. La víctima (sí, he dicho víctima y no “denunciante”) contaba con un testimonio firme que nunca modificó, con su propia renuncia al dinero que ofreció el ex jugador del Barça, con la renuncia a cualquier indemnización que pudiera otorgarle la sentencia, con el testimonio favorable de los policías que la atendieron, con el informe del psicólogo forense que negaba que estuviera fingiendo y certificaba el shock de la víctima, con el testimonio del dueño de la discoteca... y aún así, el tribunal catalán considera que su testimonio no es fiable.
Entiendo que la total falta de veracidad y fiabilidad del testimonio de Alves resulta irrelevante porque no es la inocencia lo que debe demostrarse (presunción de inocencia); sin embargo, con todos los testimonios favorables a la víctima y la firmeza en la versión de la misma, resulta disparatado que esta nueva sentencia afirme que no hay elementos probatorios para enervar dicha presunción de inocencia. Se habla de una cierta disparidad entre la declaración de la víctima y las imágenes de las cámaras (lejanas y poco claras). ¿No da la sensación de que alguien se está agarrando a un clavo ardiendo para salvar al futbolista? ¿Estamos ante un caso de justicia para ricos, de togas patriarcales o de ambas cosas?
La otra cacicada judicial es que se admita a trámite la querella de Juan Carlos de Borbón contra el ex presidente cántabro Miguel Ángel Revilla por referirse a él como “putero”. Entendería la querella por los mismos hechos si la pusieran las amantes del monarca emérito, dado que las difamaría como ejercientes del llamado oficio más viejo del mundo. Sin embargo, se ha emitido por parte de quien ha protagonizado los hechos conocidos de la forma más pública y notoria que motivan sobradamente ese calificativo. De hecho, lo aberrante es que se admita esta querella cuando es un comentario generalizado y que ya se ha producido otras veces de forma pública. Me pregunto, ya que estamos, si se hubiera reaccionado del mismo modo en caso de que la afrenta hubiera sido llamar cornuda a Doña Sofía; aunque reconozco que me habría parecido de peor gusto, dado que la Reina emérita habría sido señalada por padecer las infidelidades del otrora Jefe del Estado.
La clásica imagen de la justicia ven que los enemigos de esta lastran los platillos de la balanza, hacen jirones la venda de sus ojos y guían a conveniencia la espada que porta; y, lo que es peor, llevan toga.