Por fin un escultor en la Real Academia de Bellas Artes de Cádiz, que “nos hacía falta”, en palabras del presidente de la Institución, Javier de Navascués y de Palacio, para cubrir el asiendo que dejó vacío Juan Luis Vasallo Parodi en 1986. Un cuarto de siglo, pues, sin que un maestro de la gubia aportara su grano de arena a la tarea de esa real casa que se ha sentido incompleta e incómoda con un plural que no era del todo completo.
Antonio Aparicio Mota, Antonio Mota, nacido en San Fernando, formado en la Facultad de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría de Sevilla, docente en la Escuela de Arte de Jerez, autor de múltiples obras, pintura y escultura sobre todo, restaurador y conservador y uno de los pilares básicos del arte en España, tomaba el relevo de un hombre que se cruzó en su camino sin él saberlo y que lo ha acompañado, como una línea paralela, hasta la actualidad hasta el punto de que su discurso de ingreso en la Academia versara sobre el autor de la escultura Gades que mira al horizonte desde el muelle de Cádiz y a un sinfín de obras que dan la talla del homenajeado. De maestro a maestro.
La Real Academia de Bellas Artes de Cádiz aprobó el ingreso de Antonio Aparicio Mota en la sesión del martes 16 de octubre de 2007 tras la propuesta realizada por los académicos de número Luis Gonzalo González, Rosa Cristina Rodríguez Pastrana y Fernando Sánchez García, lo que equivale a considerarlo -diría el presidente- “ilustrísimo señor académico de número, exactamente igual, sin ninguna diferencia, que cualquiera de nosotros, sin distinción que valga porque todos somos iguales por muchos y variados títulos de la clase que sean que se puedan exhibir”.
Como manda el protocolo de las academias españolas, el recipiendario fue introducido en la sala por los dos académicos de menos antigüedad antes de ser revestido con la dignidad que le corresponde, la medalla de la Institución y el pergamino que lo acredita como académico, amén de los estatutos por los que se rige la entidad que son de obligado cumplimiento.
Fue a partir de entonces cuando el Ilustrísimo Señor Don Antonio Aparicio Mota comenzó su discurso de ingreso por el principio, por los primeros momentos de su niñez en los que descubrió sus aspiraciones e inspiraciones en “los muñecotes” que hacía “frente a San Telmo en Chiclana, en la casa de mis abuelos maternos” o los intentos de modelar con “fango más que barro” en la huerta de sus abuelos paternos en San Fernando.
Contó cómo fueron sus primeros pasos tras terminar los estudios en Sevilla, su primera predilección por la pintura espoleado por los encargos que le hicieron algunas entidades bancarias; y cómo finalmente fue la escultura la que ocupó sus preferencias, primero en la imaginería con obras en Jaén, en Granada... hasta llegar a esa obra que por la trascendencia del homenajeado, lo catapultó a una nueva dimensión profesional. Pero que ni fue ni será la única ni la última.
Recordó cómo en una tertulia en una emisora de radio, el presentador, Pepe Bouza; el entonces alcalde de San Fernando, Antonio Moreno; el escritor Antonio Burgos; el también escritor Rafael Duarte y los nervios que azotaban todo su cuerpo, hablaron de realizar una estatua a Camarón de La Isla, el genio del cante que incluso llegó a pedir que lo moldeara con barba, pero cuyo resultado final no llegó a ver porque murió casi a la par que el bronce tomaba su forma en la fundición y se presentaba en la Expo 92 de Sevilla.
De las Ciencias a las Bellas Artes
Manuel Montejo, profesor de Historia del Arte y fray Jesús Rodar Alcázar, carmelitano profesor de filosofía, cambiaron su primera intención de comenzar una carrera de Ciencias para dedicarse a hacer de su profesión sus sueños de niño.
Sus padres, su familia, consintieron en ofrecerle unos estudios universitarios en Sevilla y allí comenzó todo, la vida profesional materializada en los encargos que recibía como en los premios nacionales que ganaba, hasta pasar a alternar su actividad como escultor, restaurador y conservador con la de docente en la Escuela de Arte de Jerez.
Nunca pensó que un hombre al que admiraba aunque no se pueda considerar su maestro porque ha recibido influencias de muchos artistas hasta llegar a su propia originalidad, confiara en él, sin saberlo ambos, para restaurar su obra. Su discurso Horas, que leyó acompañado de diapositivas en una sala totalmente abarrotada de público, estaba dedicado a Juan Luis Vasallo Parodi, su predecesor en la Real Academia de Bellas Artes, cuya obra había restaurado sin saber a quién pertenecía.
Luego de hablar sobre lo que decidió que era el mejor motivo para un discurso de ingreso entre otras materias que podría haber tocado con autoridad, la escultura terminó de recuperar su lugar en la Real Academia de Bellas Artes de Cádiz, tras la contestación del académico Luis Gonzalo González.
Y al final, como una más de las Bellas Artes, sonó la música de Albéniz y Falla, Cádiz y Canción del fuego fatuo, respectivamente interpretadas por Alejandro Pozo y luego la guitarra flamenca de Moisés Gallego Montiel Hueta sonando por soleá y por taranta.