Nos hemos enterado en el manicomio de todo lo que está pasando en Valencia y en otros rincones de España y nos hemos puesto tan tristes, que no atinamos a escribir algo que pueda aliviar nuestro dolor. Tanta imaginación y tanto rollo nos han contado sobre el Cielo, el Infierno, el Purgatorio y el Limbo, que hemos terminado por no creernos nada de nada. Decían que las almas malas se iban a quemar eternamente en un fuego que no pararía ni un momento, pero nadie cayó en la cuenta de lo que puede significar la fuerza del agua y el poderío del fango. Al menos hoy sí sabemos ya lo que debe ser el Infierno. Después de ver tantas imágenes de gente machacada, de casas arrasadas, de esos montones de coches apilados por la fuerza de la corriente, hasta los locos no hemos tenido más remedio que ponernos a pensar en nuestras vidas y en las cuatro paredes que albergan nuestra locura. Y está claro que los locos no nos detenemos a valorar lo que tenemos: muchas pastillas para mantenernos en pie, pero también un abrigo que nos sirve de refugio, una comida que saboreamos entre tontería y tontería, unos colchones donde descansar estos cuerpos desvariados… Y no podemos ni imaginar lo que es encontrarse de la noche a la mañana sin saber qué ha sido de nuestros familiares, sin casa, sin alimentos, sin un sitio donde no haya fango, sin luz, sin comunicaciones, sin agua… Es una viva imagen de lo que debe ser el Infierno con el que siempre nos han atemorizado las mentes calenturientas y enfermizas. El diccionario se agota, no hay palabras para describir tanta tragedia. Cuando escribo estas líneas, estoy dándole vueltas a lo que nos queda por ver dentro de esos centenares de coches sepultados en el agua y en el fango de muchos supermercados y garajes valencianos.
Quedan muchas preguntas en el aire que no van a tener respuesta. ¿Responsables? Desde luego, el agua no. Está en los genes españoles echarle las culpas al otro y quitarnos de encima todo lo que nos pueda salpicar. Mientras que todo este caos nos apuñala y remueve nuestras conciencias, la desgracia la tenemos con muchos de los políticos que nos gobiernan de aquella manera y que están locos por llegar al Congreso y tirarse la mierda a la cara. Ya estamos acostumbrados a verlos pronunciar frases ocurrentes y discursos monótonos y faltos de vida, lejos de los problemas del pueblo y desde luego siempre dispuestos a no dimitir, aunque el mundo se caiga hecho pedazos. Si muchos políticos estuvieran a la altura del pueblo sencillo, el que coge una pala, una bolsa de comida, unas botellas de agua para ayudar… este país sería el más brillante del mundo. No tenga ninguna duda.
Se me ha grabado una frase pronunciada por uno de los supervivientes de ese caos. A la pregunta de la periodista: Y ahora qué, contestó: Ahora, vuelta a empezar de nuevo. Este comenzar otra vez me hizo recordar aquel hombre de nombre Sísifo que fue condenado por los dioses a cargar una enorme piedra y llevarla hasta la cima del monte. Al llegar arriba se la volvían a tirar pendiente abajo, y Sísifo volvía a echarse la piedra al hombro para eternamente subir la piedra ladera arriba. Así es la vida.
Y, como pasa siempre en este valle de lágrimas, en cuanto pasen unos cuantos días, volveremos todos a nuestra rutina y olvidaremos la desgracia ajena, mientras que el río de la vida, como decía Jorge Manrique en las Coplas por la muerte de su padre, nos va arrastrando y llevando al final de nuestra existencia.