La hablilla está caprichosa. Quiere postureo desde que una tortilla de patatas ha ocupado un video de dos minutos con música de fondo, mientras se grababa su preparación, o sea, un tik tok. Ciertamente, a la tortilla no le hacía falta navegar por el ciberespacio, no era necesario difundir el misterio que no tiene, porque todos sabemos que lo mejor de ella es el momento de comérsela, o bien en el plato o entre dos rebanadas de pan, tomar una porción, paladear su blandura jugosa, tragarla despacio y volver a clavar los dientes en otro bocado. Prepararla no tiene más trabajo que la paciencia, como casi todo lo relativo al buen comer, desde poner la mesa hasta levantarla, pero la sencillez es el arma que esgrime el gusto con la certeza de que enamora mientras sacia el apetito.
Esto lo sabemos desde que la comimos por primera vez, momento olvidado como el del primer paso, el primer dibujo o la lectura de la primera palabra. Sin embargo, una influencer muy estilosa, como la mayoría, decidió grabarse mientras la preparaba en su cocina de cine. Una receta que más bien parecía una oración por el tono de la voz, en cambio el piano de la melodía le aportaba viveza a la atmósfera, poco iluminada para manejar el cuchillo y las patatas con unas uñas kilométricas. Nada nuevo y el video se viralizó, más de cien millones de visitas en cuestión de horas, con comentarios para todos los gustos. Fue la noticia del martes que mediaba este octubre, que el premio Planeta desplazó durante unos minutos para que la tortilla volviera a visualizarse hasta que otro video la sucediera.
La pregunta es qué tuvo de especial, qué hizo original esta grabación. La curiosidad nos llevó a buscarlo, verlo al completo y desterrar la exageración. Comprobamos que era la influencer, ella sola, ni la tortilla ni la cocina de cine, sino su imagen vestida de oscuro, con minifalda de vértigo y uñas rojas empañándose con el vapor, que regaló su truco particular a los video videntes -permítase la expresión- para evitar la irritación en los ojos al cortar la cebolla, esto es, ponerse unas gafas de sol. La escena tuvo ese punto entre cómico, surrealista, enmudecedor, relegando a la tortilla y a su exquisitez al destierro de un segundo plano desde que su nombre se pronunciara al comienzo del tik tok y el olor se imaginó, aún sin cocinarse, impregnando la casa. Sin embargo, tuvo el efecto contrario, porque una segunda lectura nos recordó la rotundidad de Mies van der Rohe, menos es más.
Estos espacios son tan breves como su trascendencia, un par de días y estos tres minutos que dura la lectura de esta hablilla caprichosa, anhelante de postureo, más sosegado que el de este bocato di cardinale tan deliciosamente nuestro.