Ruiz Miguel, Ponce y Padilla por poco abarrotan la plaza de toros de La Isla
Los tres toreros salieron a hombros por la puerta de San Marcos tras cortar ocho orejas y tres rabos ante toros encastados de Ana Romero que dieron juego y transmitieron a los tendidos.
Francisco Ruiz Miguel, estocada contraria, pinchazo, estocada corta y cuatro descabellos, ovación tras aviso. Media y dos descabellos, dos orejas y rabo. Enrique Ponce, estocada caída, pinchazo y dos descabellos, ovación; estocada tendida y trasera y tres descabellos, dos orejas y rabo. Juan José Padilla, estocada, dos orejas y rabo; estocada, dos orejas y rabo. Ponce y Padilla actuaban por primera vez en La Isla.
La plaza casi se llenó en la corrida del Bicentenario, en una tarde agradable. Los toreros vistieron el traje goyesco. Antes de comenzar se guardó un minuto de silencio en menoria de Francisco Rivera Paquirri. A continuación se interpretó en himno nacional. Al final del festejo salieron a hombros por la puerta de San Marcos los tres toreros y el mayoral. Asistieron junto al alcalde, el vicensejero de Gobernación y Justicia, José Antonio Gómez Periñán y el director general de Juegos y Espectáculos de la Junta de Andalucía, Manuel Brenes.
La crónica
Lo importante del festejo en estos tiempos que corren es que el público estuvo muy participativo, se divirtió y salió satisfecho del espectáculo. Se vivieron momentos interesantísimos porque cuando hay toros bravos, hay toreros. Una terna de estilos diferentes que se mostraron entregados ante un encierro con transmisión y variado en comportamiento pero que en general se dejaron torear, sobresaliendo los lidiados en tercer, cuarto y quinto lugar, éste un gran toro y una gran faena del maestro Enrique Ponce que no desmerece a las que ha realizado en plazas importantes como Las Ventas y La Maestranza, por nombrar dos catedrales del toreo.
La empresa Postigo había apostado fuertemente por esta corrida desde que se anunció allá por el mes de julio, en la Feria del Carmen. La celebración no era para menos y la fiesta de los toros no podía quedar al margen de los fastos del Bicentenario de las Cortes Generales y Extraordinarias, precisamente cuando cinco años antes de comenzar las sesiones en esta ciudad nacía en Chiclana un torero llamado Francisco Montes Paquiro que marcó una raya entre el toreo antiguo y moderno, en el que Pedro Romero, el gran torero rondeño, era la figura máxima de finales del siglo XVIII .
Se habían celebrado por aquellos tiempos varias corridas napoleónicas en Madrid y escasas por el resto del territorio, por eso cobra especial significado el hecho de que al complirse los dos siglos de las Cortes, La Isla de León, en su secular plaza, haya acogido un espectáculo con la indumentaria de la época.
Ruiz Miguel
Pero vayamos a lo que sucedió en el ruedo, donde ha habido pasajes muy importante. En primer lugar hay que decir que el maestro Francisco Ruiz Miguel, cumplidos ya los 60 años, un hombre hecho a sangre y fuego, ha estado muy digno. Más no sepuede pedir a un torero que lo dio todo en los ruedos y que en la tarde de ayer volvió a mostrar su estilo tan peculiar y dominador.
Con el primer toro se ajustó en verónicas con cierto regusto. El animal tomó un puyazo y se revolvió en banderillas. Brindó a sus compañeros Ponce y Padilla. Había que estar muy firme y así fue como hilvanó series con la derecha, jugándose la cornada cuando cogió la muleta con la mano izquierda.
Entendió perfectamente al toro y hubo emoción que llegó a los tendidos. La gente estaba con él como así ocurrió con el cuarto de la tarde, con el que volvió a estar entregado toreando a la verónica hasta la misma boca de riego. El animal, noble, tomó dos puyazos y de nuevo Ruiz Miguel volvía a estar muy entregado. La faena fue meritoria por su dominio y firmeza dibujando series sobre ambos pitones.
Mató a sus dos toros con fe aunque en el primero no acertara con la espada y descabello, escuchando un aviso, algo natural teniendo en cuenta que está retirado y es la única corrida que ha toreado en la temporada. Orgulloso se sintió cuando traspasó aquella puerta que tantas veces abrió de joven novillero y de matador de toros. No era para menos.
Enrique Ponce
El primero de Ponce, que se frenaba en el capote, metió como todos sus hermanos bien los riñones en varas, largándole el piquero dos puyazos. Brindó a Ruiz Miguel y hubo toreo largo, profundo a un toro pegajoso y que se acordaba de lo que dejaba atrás.
En las manos de Ponce, salieron muletazos que en otras hubiera sido difícil haberlos visto. Hubo emoción, que también cuenta. No acertó a matar con el descabello.
Fue en el segundo cuando llegó la faena para el recuerdo, curiosamente a un toro que no embistió al capote y manseó en varas tomando un puyazo y hasta cortó en banderillas. El maestro lo vio claro y brindó al público. Una serie de doblones iniciales y el toro ya fue otra cosa. Con el toro entregado toreó de escándalo, dándole distancia, descanso y hondura, sobre todo por el pitón derecho. Probó también por el izquierdo y hubo también buenos trazos. Ya en el epílogo de la faena hubio series de redondos limpios y unos trincherazos muy artísticos.
Pero lo más sobresaliente de la clásica actuación de Ponce fue que hizo lucir al toro y eso hay que tenerlo muy en cuenta. Se veía en esa faena vibrante que estaba muy relajado y a gusto. Aunque necesitó de tres descabellos, el público que manda y enloquecido pidió el rabo. No será fácil olvidar esta faena.
Padilla
Juan José Padilla estuvo como siempre, espectacular en banderillas, bullicioso y dominador con capote y muleta. El primero de su lote, que había tomado dos puyazos, el primero de ellos de largo metraje, fue un toro noble que siguió la muleta de Juan en un faena enrazada y plena de valor. El tercio de banderillas, como siempre, fue brillante colocando pares reunidos con poder y entrega. Lo mejor fue la estocada. Este torero mata a los toros como hay que hacerlo, poniendo la muleta en las pezuñas, tal como le enseñó su maestro Rafael Ortega.
Hubo buenas series de verónicas al delantal intercambiando con chicuelinas en el último, que también recibió dos puyazos. Superó la actuación en banderillas colocando dos pares desde adentro, el tercero al violín, teniendo el detalle de brindarle la muerte del toro a las salineras.
La banda de música del Nazareno, que atacó muy bien durante toda la corrida, interpretó el pasodible El tío Canillita, apodo de por el que se conocía a uno de los mejores críticos taurinos de la décana de los 60 nacido en Cádiz, José María Gaona.
Desentonó este Santa Coloma, distraído, soso y rajado. Lo sujetó bien Padilla y volvió a estar lucido, alegrándole la embestida con molinetes y desplandes. Otro estoconado y Jacinto Cano, el presidente, algo magnánimo, largó el pañuelo del rabo.
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