«Con mi padre aprendí el conocimiento de las plantas, sus propiedades, cómo prepararlas, cómo escogerlas, cómo hacer emplastos».
«Tanto Zaina como yo sabíamos que aquella vida tocaba a su fin, al menos las dos juntas [...] La quise mucho, como a nadie en el mundo, me enseñó casi todo lo que soy, sobre todo a ser libre, a estar orgullosa de ser mujer, y a ser libre para desear [...] Su recuerdo, su pensamiento, fue lo que hizo de mí la mujer que fui, lo que me acompañó toda mi vida, hasta el momento de mi muerte».
«Me sublevo contra aquel que quiere dominarme, contra el que quiere abusar de su poder, un poder recibido de la nada».
«Ellos tienen la fuerza, las armas, pero acordaos que el poder lo tenemos nosotros, habló la mujer, que había permanecido callada desde hacía largo rato. Acordaos de que su poder proviene de nuestro trabajo, y proviene de nosotras, las mujeres. Nos necesitan para que paramos hijos, para que no deje de haber brazos que trabajen las tierras. Sin nosotros, sin nosotras, ellos, los poderosos, no son nada».
El aquelarre del hambre (Peripecias Libros, Jerez de la Frontera, 2022), es la tercera novela de Antonio Aguayo después de
Allí, donde no llegan las palabras (2018) y
El hombre nocturno (2021).
En esta su última entrega narrativa, Aguayo nos cuenta la historia de una mujer intensamente vinculada a la naturaleza; conocedora de los vegetales y sus virtudes curativas, entendida también en las emociones humanas, en las reacciones contradictorias y difíciles de las personas, todas ellas capaces de lo mejor y de lo peor.
La mujer, cuyo auténtico nombre se nos oculta —se emplea el de ‘María’ como alias puramente literario—, dialoga con el narrador de su propia aventura y entre ambos van desarrollando la acción novelesca, enmarcada en la España de la segunda mitad del siglo XVI, una España que todavía conserva señalados restos ideológicos y sociales del feudalismo; España en la cual las nuevas concepciones renacentistas encuentran no pocos obstáculos para su expansión y arraigo.
El movimiento erasmista se difundió por España, con el apoyo de Carlos I, en la primera mitad del siglo XVI, siendo su período de apogeo entre 1528 y 1532. Se trataba, no obstante, de un humanismo de alcance limitado que se centraba en círculos de clérigos y eruditos relacionados con la corte del emperador. Sin embargo, por ciertas similitudes entre el pensamiento de Erasmo y el de Lutero, de inmediato empezó el acoso a los erasmistas (Diego de Uceda, Juan de Vergara y otros).
Durante el reinado de Felipe II (1556-1598) se rescata la Escolástica impulsada por dominicos y jesuitas, con lo que el erasmismo retrocede significativamente. La Reforma Protestante (1517) no tuvo en España mucha influencia —alejamiento de los focos reformistas; falta de precedentes exitosos y otros factores peculiares— y pronto comenzaron las persecuciones (1521) desencadenadas por la Inquisición contra las herejías. El Concilio de Trento (1545-1563), plenamente asumido en nuestro país, incrementó la defensa de la ortodoxia católica como objetivo fundamental. En escasa medida tuvieron lugar las represalias contra la brujería, que fue considerada una superstición carente de base real. A pesar de ello, la protagonista de
El aquelarre del hambre será acusada de bruja y sufrirá un atípico proceso inquisitorial en Santiago de Compostela concluido “el día 2 de noviembre del año del Señor de 1575”.
Manteniendo una atrayente y constante tensión, la novela despliega las vicisitudes vitales de esa mujer en medio de una problemática social repleta de conflictos y enfrentamientos entre los poderes establecidos (civil y eclesiástico) y el pueblo llano. La mujer siente una lógica afinidad con el estamento popular. Ayuda a la gente con sus remedios naturales dentro de una relación de complicidad, solidaridad y socorro mutuo frente al marqués y al obispo, personajes que representan a las jerarquías opresoras.
Una amplia temática compone la estructura del relato: la condición de las mujeres, el ansia de libertad, la rebeldía, la misoginia, el patriarcalismo, el amor, el sexo, la homosexualidad, la lealtad, la traición, la fe y las trampas de la fe. Todos estos elementos constituyen una composición compleja a través de la cual vamos descubriendo las encrucijadas del ser humano en un entorno frecuentemente hostil e inconexo.
Importa destacar la descripción del paisaje y la climatología de Galicia en los sucesos que acontecen en dicho territorio, con sugestivas descripciones de la vegetación, la lluvia o su atmósfera inconfundible: “El aroma del bosque penetraba en mis sentidos, imaginando las plantas, los árboles que lo hacían posible. A veces conseguía ver los grandes helechos, altos como un hombre... [...] La oscuridad se fue haciendo más espesa al tiempo que la humedad en forma de una fina llovizna, semejante a la niebla, se adueñaba de todo”.
La intriga de
El aquelarre del hambre avanza a buen ritmo, con equilibrio y de modo reflexivo, percibiéndose en este aspecto una evidente madurez del autor; madurez que se explicita en la construcción de un lenguaje centrado en una elaborada sencillez por medio de la que se consigue una expresión envolvente, ágil y fluida con un realce tanto de contenidos como ideas, lo que nos hace pensar que Antonio Aguayo ha evolucionado, con seguridad y solidez, hacia una labor creativa más íntegra, precisa y rigurosa. El lector de esta obra no quedará decepcionado.