LA lejía es la gran desconocida del Ayuntamiento de La Isla. En realidad la lejía no es más que un producto químico, hipoclorito de sodio, que sirve para muchas cosas, pero sobre todo para limpiar y desinfectar. Pues bien, es como increíble que se le siga arrinconando y se la deje a un lado como si no existiera.
¿Qué pecado ha podido cometer la lejía, si hasta tiene cara de inocente en sus botellas de plástico amarillo tan manejables como económicas?
Sr. Alcalde de La Isla: ¿sería muy complicado que de vez en cuando nuestras calles y plazas pudieran beneficiarse un poquito de este producto tan barato y tan útil que mezclado convenientemente con el agua produce unos efectos milagrosos? Espero su respuesta, aunque no lo haga por escrito sino sobre el terreno.
Sin desmerecer ninguna otra zona de La Isla, creo que la calle Real representa el escaparate donde se refleja tanto el que viene de fuera como el que vive dentro. Pues bien, existen en La Isla unos contenedores de basura que no gritan, porque Dios no les facilitó la herramienta del lenguaje. Empecemos por el que hace esquina con la Freiduría de "El Deán", más conocido aquí como "El Aldeán". De Juzgado de guardia, señores. Pasen y vean. En el aire que circunda dichos contenedores se mezclan dos aromas muy claros: el del bienmesabe calentito a punto de salir pegándose codazos con los chocos y las caballitas fritas y el de la peste infernal a basura y a suciedad que hace de aquello un lugar propenso a las mayores infecciones, sobre todo en verano. Me dirán que dónde se pueden poner. ¡Y yo qué sé! Bueno, algo sé: que allí, no. Por favor, que el cazón no tiene culpa de nada y mucho menos los que allí se acercan a comprar un producto tan delicioso. Las bolsas de basura rebosan por encima de los contenedores y vuelcan sus contenidos pringosos sobre la acera. El choco se lleva las manos a la cabeza y las huevas se ponen a saltar en el aceite de pura desesperación. Y si los contenedores esos del Aldeán son repelentes, se quedan en pañales con los que presiden el Callejón de la Soledad de la Iglesia Mayor y que dan la cara a la calle Real. Es algo fuera de lo normal. El suelo que sobrevive bajo esos contenedores, que están a la vista de todo el mundo, tiene una pringue tan arraigada a su superficie que ya va a ser muy difícil arrancarla. Desde luego más vale estar sola que mal acompañada, pero la Soledad está muy mal acompañada en este caso. La pringue y mierda que chorrea bajo el plástico es algo digno de estudio, más que nada por la cantidad de bichitos raros que dan la vida por habitar la zona. Serían objeto de una buena tesis doctoral.
Y aquí es donde podría intervenir la lejía. Bueno, dejo el tema, porque parece que me lo estoy inventando, ya que aquí nadie protesta por nada y no voy a coger una úlcera aperreándome con estos temas que en cualquier país civilizado serían evidentes.
¡Y los papelitos que hay tirados por la calle! Incluso en bares céntricos. Te sientas y te ves rodeado por papeles y basura. El problema es que ya estamos acostumbrados a vivir en la mierda y no nos importa para nada. ¿Será que los cañaíllas nos estamos haciendo unos guarros sin darnos cuenta? Eso no pasa ni aquí en el manicomio. Aquí estaremos locos, pero somos muy limpios. ¿Los dueños de todos esos bares no deberían de vez en cuando pasar una escobita por el sitio? Ya sé que ellos no son los culpables, pero mientras la población se va educando un poco, y échale tiempo, algo habrá que hacer.
Ya no molesto más, aunque si estoy calumniando o faltando a la verdad, que venga Dios y lo vea. Bueno, que no venga Dios, porque va a pasar un mal rato y en un arrebato es capaz de hacer que llueva lejía en vez de agua..
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