En La Isla hay mucho analfabeto, es decir, muchos cañaíllas que no conocen ni la alfa ni la beta (las dos primeras letras del abecedario griego y lo mínimo que se despachaba en la tienda de la sabiduría helena). El analfabeto ve unos libros, si por casualidad los ve, y solamente piensa en el papelón que le harían adornando el mueble del salón comedor.
Se le pasan los días leyendo exclusivamente las letras de los anuncios de la televisión y solamente domina todo lo concerniente a Belén Esteban o a la Pantoja. No lo saques de ahí, porque naufraga. De las otras letras quiere saber menos todavía. Y ahí lleva razón, con la que está cayendo. Se podría afirmar que analfabeto no es aquella persona que no sabe leer, analfabeto es aquella persona que sabiendo leer no lo hace.
Hoy les hablo de los libros, porque se está celebrando la Feria del Libro en La Isla, dedicada al Bicentenario de las Cortes. Debo decirles que en el manicomio tenemos un respeto impresionante hacia los libros. Pensamos que los libros son como las abejas que llevan el polen de una inteligencia a otra. A nosotros aquí la verdad es que nos ha llegado poco polen, pero en eso estamos. Vemos en las estanterías esos libros tan callados, tan formalitos y tan firmes, que muchas veces parece que son nuestros propios centinelas. Sin embargo a mí me inspiran mucha compasión. Cuando me llevo alguno al patio y lo leo con tranquilidad, me sugiere la idea de que un loco es como un libro abierto, aunque con las letras desordenadas y la cara más redonda. Y me dan penita los libros, pues de siempre han padecido las mismas miserias que los humanos. Y las mismas persecuciones o más que ellos. En los tiempos gloriosos de la Santa Inquisición tener un libro de los incluidos en el Índice, y por tanto prohibidos por la Iglesia Católica, te podía costar la vida. El listado de libros prohibidos era muy extenso y el poderío de los fanáticos criminales de la Inquisición más extenso todavía. Lo mejor entonces era quemar los libros peligrosos. No me cabe en la cabeza que todo se quisiera arreglar con el fuego, como si el frío no fuera peor. Pero esos señores de la Inquisición, sedientos de sangre, te enviaban al infierno, porque sabían que el fuego lo reduce todo a cenizas y sin embargo el frío lo que deja son grandes tacos de hielo. Y además te quemaban aquí en la Tierra en nombre de Dios para que te llevaras lo tuyo por si acaso no existiera ni Dios ni el más allá. El mismo Cervantes pone al Quijote a quemar libros de caballería, aunque con la diferencia de que Cervantes no era un criminal, era inteligente y quemaba libros imaginarios.
Y, cuando la humanidad va entrando en una época que ha superado torturas y llamas por leer lo que unos cuantos indeseables prohibían blandiendo la cruz salvadora, ahora resulta que los pobres libros se encuentran con otro competidor peligroso: el ordenador.
Sin embargo los locos preferimos leer en papel que dejar la vista en el ordenador. Hasta el olor a vegetal que te ofrece un libro es más agradable que el olor a plástico caliente. De hecho la palabra libro procede del latín liber, que a su vez viene de la raíz leub- que significaba quitar la cáscara, pelar, descortezar un árbol. Por eso primitivamente significó "parte interior de la corteza de los árboles", que los romanos emplearon como papel. No crea usted que este loco es un pedante por explicar estas cosas. Mamé desde niño el latín en un manicomio de Cádiz y me salen las raíces latinas por todos lados. En todo caso, un día se lo explico para su tranquilidad.
A lo que iba. Que hay que leer para no ser un analfabeto. Por lo menos este artículo ya lo ha leído hasta el final. Gracias.