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Viernes 26/04/2024  

Sindéresis

Cádiz

Es como un matrimonio liberal viejo que mira con condescendencia a los jóvenes cuando se creen que han inventado los apaños y el intercambio de parejas

Publicado: 30/04/2023 ·
18:27
· Actualizado: 30/04/2023 · 18:27
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Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

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Cádiz es una idea, más que una ciudad. Es un paquete espiritual, más que ideológico. Igual que Leónidas resumió toda una predisposición que se ha quedado grabada en nuestro imaginario proclamando que “¡Esto es Esparta!”, cuando dices que “esto es Cádiz”, todo el mundo lo entiende. No transigimos con la censura. No transigimos con reyezuelos. No aceptamos menos carga de trabajo de la que nuestra ciudad requiere.

El único modo de sojuzgar Cádiz podría parecer que es vaciarla de su gente, al menos en principio, pero se trata de un plan abocado al fracaso porque Cádiz envenena a quien lo habita. No hay una línea genética que seguir ni una ascendencia geográfica pura que explique su indomabilidad. No alardeamos de raza, en resumen, y nuestro mejor alcalde fue un caballero anarquista; tanta es la desvergüenza de la gente de Cádiz que incluso a él le pusimos un mote, el Bigotes, pero, cuando murió y fue enterrado un día de diluvio, toda la ciudad salió a guardarle respeto y dar la cara.
Cádiz es de izquierdas a su manera; fue uno de los primeros enclaves donde el PSOE pagó caro el comensalismo y donde el caciquismo pagará caro sus desmanes; esto quiere decir que, para la gente de Cádiz, la ciudad es más importante que los símbolos.

Porque es un símbolo, en sí.  

Pocos ateos tienen problema con la Semana Santa ya que pocos gaditanos desprecian la emoción y el vello de punta de su gente. Somos intransigentes, sí, con las invasiones, pero somos tolerantes como buenos anfitriones poco dados al susto. Durante los años que la ciudad tuvo fama de que había muchos homosexuales, aunque decir eso hoy día sería como reconocer públicamente que eres un paleto, lo que sucedía era que, simplemente, no había tantas personas que se vieran obligadas a vivir dentro del armario. Como he dicho, somos poco dados al susto.

Cádiz es como un matrimonio liberal viejo que mira con condescendencia a los jóvenes cuando se creen que han inventado los apaños y el intercambio de parejas. Cádiz se lleva la mano a la frente cuando ve en la tele, durante la crisis económica, a la gente del norte quejarse de que ese año tendrá que pasar las vacaciones en el pueblo. Cádiz no tiene casa de fin de semana, ¿para qué?

Cádiz no es un paraíso porque no cree en la otra vida, y quizá por eso trabajemos para vivir, que no al contrario.

Cádiz se sentaría en la Gerusía del mundo, si existiese tal cosa. Esa idea de que todo viene y todo pasa a veces nos lastra, es cierto. En ocasiones necesitaría ser más joven, depredadora, afilada, pero cuando algo como Cádiz sobrevive a todo lo demás quizá no lo haya hecho tan mal durante estos últimos milenios.

En Cádiz es difícil hablar de proyecto de ciudad; a una ciudad que ha usado cañones para proteger las esquinas de las casas es difícil darle lecciones de supervivencia. En Cádiz, para gobernar, hay que hablar menos y escuchar más a la gente.

Y al mar; hay que escuchar muchísimo el rumor del mar, que te susurra, implacable: memento mori. O, dicho con otras palabras: “no jodas mucho el tiempo que estés, que la vida son dos días”. No intentes montarnos como a un caballo, que cuando bajes habrá coces. No te lleves lo que no es tuyo, que la piedra ostionera corta.

No te creas el tío más guapo que pasó nunca por aquí, ni el más listo, y, sobre todo, no olvides que esto es Cádiz, y aquí hay que mamar.

 

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